Llegada a Langkawi
¡Buenos
días! Hoy me levanto con resaca de emociones, la sonrisa perenne y un sinfín de
idas pululando libremente por mi cabeza. Entre mi actual novela, las notas de
mis hijos, las mil tareas del trabajo y la vuelta a la rutina, apenas cuento
con tiempo para percatarme del paso de los días.
No quiero
regresar del todo de las vacaciones ni enfrentarme de nuevo a las decisiones
largamente aplazadas. Es frustrante enviar una novela a una editorial en
octubre del año pasado y a otra a principios de diciembre y a día de hoy seguir
esperando la respuesta. Me cansa, porque a pesar de mis propósitos cada vez más
adoptados de no agobiarme, a veces me es difícil mediar con la incertidumbre.
Me digo: «ha
pasado demasiado tiempo, ya no van a contestar», pero luego me da rabia esta
manera de funcionar, su falta de respuesta a mis emails, la manera en la que
tratan el tema. Y, como no hay nada que hacer, he tomado la decisión de iniciar
de nuevo la búsqueda de editorial, descartando finalmente esas dos.
Yo ahora
mismo me iría a Malasia a perderme en sus playas, sin obligaciones ni deseos.
Pero la realidad me muestra otro camino…
Cuando nos
levantamos en el Tune Hotel KLIA2, de la cadena de AirAsia, no habíamos dormido
demasiado. Era pronto, teníamos hambre y estábamos cansados, pero la ilusión de
descubrir Langkawi funcionaba como motor. El hotel no es ninguna maravilla, pero
está frente al aeropuerto y cuenta con un acceso directo a él.
Anduvimos
por el túnel que une el hotel con la terminal, perdidos, sin tener clara la
dirección a seguir. Gracias a una familia china simpatiquísima, finalmente
llegamos a una cola larguísima frente al mostrador de AirAsia. Uffff,
conseguimos facturar en el último momento, sin tiempo para desayunar. Por eso
cuando llegamos a Langkawi y, tras recoger las maletas, nos sentamos en el Starbucks
a tomar un café y un muffin de chocolate.
En la
terminal, frente a la cinta de las maletas, hay un montón de agencias de
alquiler de coche. Mi consejo si vas a Langkawi es no hacer lo mismo que nosotros
y alquilar un coche. La isla carece de transporte público y, aunque se conduce
por el otro lado, es un lugar perfecto para ir en tu propio vehículo.
Nosotros
fuimos a los mostradores donde venden los tickets para taxis y finalmente nos
dirigimos al The Danna, un hotel impresionante. Es fabuloso, si vais a la isla
no dudéis en buscar una oferta en él, porque nos apasionó. Hacía mal tiempo,
empezó a lloviznar mientras nos daban un masaje de bienvenida y nos informaban de
que nuestra habitación estaría preparada a las dos de la tarde.
Como no
teníamos nada mejor que hacer y nuestros planes consistían en ir al Cable Car,
nos la jugamos subiéndonos a un taxi y yendo al Oriental Village, lugar por donde
se accede a esta impresionante atracción turística. Al llegar dejó de llover y
nos colocamos en una larguísima cola para sacar los tickets. Mirando a la cima
vimos cómo la niebla se ensañaba con las cabinas, pero decidimos jugárnosla.
Eran las
once y media. En taquilla nos dijeron que solo podíamos subir a partir de la
una, y a nosotros nos pareció perfecto, quizás la niebla se dispersara entonces…
Caminamos por el Oriental Village, mis hijos cogieron una súper serpiente,
compramos un par de recuerdos y miramos esperanzados a la montaña…
¡Feliz día!
J
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