Los dones de Isaac (la trama 33)
¡Buenos
días! ¡Jueves otra vez! Siempre os hablo de la rapidez en la que se suceden los
días de la semana, en la fugacidad de las horas de luz, de las jornadas que se
escapan a nuestro control. Y cuando miramos atrás nos encontramos con un cúmulo
de recuerdos efímeros que nos acercan a la realidad: el tiempo corre a una
velocidad vertiginosa.
Hoy
mi padre cumple sesenta y cinco años. ¡Increíble! Me parece que fue ayer cuando
celebramos sus cincuenta…. Por suerte sigue al pie del cañón, con una energía
envidiable y unas ganas de vivir que dejarían sin habla a mucha gente. A pesar
del susto del martes, un mal día lo puede tener cualquiera, es un hombre con
buena salud y muchas ilusiones. ¡Si no mirad la Web que hay en enlaces y veréis
cómo canta y toca la guitarra! ¡Es un gran artista! ¡Sólo espero llegar a su
edad con la mitad de vitalidad!
Bueno,
como llevo unos días con nuestra trama aparcada, voy a seguir un poquito más
con ella, ¿OK?
…Isaac
tardó unos meses en aclimatarse a la nueva situación y mitigar el miedo que le
producía la existencia de los guardianes. A medida que fue capaz de dominar sus
nuevas facultades fue consciente de que cuando notaba el embiste de unos ojos
negros introduciéndose en su cerebro era capaz de bloquearlos con un esfuerzo
considerable.
Era
como si la mirada del guardián penetrara en su cerebro con fiereza y él creara
una pantalla donde proyectaba una visión distinta de él mismo, como si no fuera
más que un niño normal. Cada vez que se enfrentaba a esa situación se quedaba
quieto, paralizado, con los músculos contraídos y el sudor perlándole la frente
como muestra del esfuerzo extremo que estaba realizando. Y cuando los ojos se
fundían en el recuerdo de la nada, Isaac caía al suelo desplomado, con una
flacidez increíble en los músculos y una oscuridad implacable en sus
pensamientos.
A
medida que los meses se sucedían fue aprendiendo a dominar las facultades que
la naturaleza le había concedido. Al principio su mente sólo escuchaba el ruido
a su alrededor y las jaquecas le golpeaban con fiereza. Era como si pudiera
escuchar los pensamientos de todos cuantos le rodeaban y una sensación de mareo
le invadiera. Con el tiempo descubrió cómo concentrarse únicamente en una mente
o cómo dejar la suya en blanco.
Todos
los sentidos se le agudizaron. La vista alcanzaba más allá de los confines de
su mirada, lograba caminar por las llanuras lejanas, por el mar, por otras
civilizaciones. Era como si sus ojos se elevaran y pudieran abastecer todo el
planeta, como si pudiera ver cualquier cosa que estuviera en su mundo.
A
través del tacto podía sentir los estados anímicos de quienes le rodeaban, era
como si al tocar su piel se conectara con sus sistemas y empatizara con ellos. Con
los animales y las plantas le pasaba lo mismo. Al tocarlos podía saber qué
necesitaban, sus angustias, sus penas, sus ilusiones.
El
gusto le proporcionaba una conexión con los seres vivos que habían conformado
su comida. Podía reproducir las escenas de caza que le habían traído el trozo
de carne y la vida del animal, los años de crecimiento de un árbol, las vicisitudes
que habían pasado los arbustos, los cuchicheos mientras los recolectores recogían
el fruto…
Y
el olfato era una fuente de inspiración para recrear escenas y momentos que habían
marcado su vida. Era como si al oler una esencia se transportara al primer
momento en el que la había olido y fuera capaz de convertirse de nuevo en ese
niño y en entrar en comunión con su yo pasado. Al cabo de un tiempo esa
capacidad se fue incrementando hasta lograr el mismo efecto con quienes le
rodeaban.
Esos
dones eran difíciles de llevar sin descubrirse. Las jaquecas y los
desvanecimientos lo acompañaban a todas horas, las intensas sensaciones, la
lectura de los pensamientos ajenos, las empatías,… Pasados cinco meses de
aislamiento social Isaac comprendió que su sino era abandonar la aldea y
establecerse en soledad en algún lugar donde pudiera aprender a controlar todo
cuanto le había sido concedido.
Una
fría madrugada de primavera, al amparo de un cielo medio negruzco que empezaba
a despertar, Isaac caminó por el bosque con un pequeño fardo a la espalda y lágrimas
en los ojos. No se había atrevido a despedirse de sus padres ni de sus
hermanos, se había escabullido como un prófugo, dejando atrás la confortable
casa donde había nacido y vivido sus primeros años.
Acompañado
por su visión del mundo caminó durante semanas hasta llegar a un claro de un
bosque lejano, en un paraje cercano a un riachuelo con aguas claras y
cristalinas procedentes del deshielo de la montaña. Allí
construyó una cabaña de troncos y se instaló para pasar los próximos diez años
en soledad…..
¡Pasad
un feliz día!
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