Se llama Úrsula (la trama 32)
¡Otra
vez lunes! Cada vez que llegamos al primer día de la semana miro hacia atrás y
me parece mentira que se haya escurrido ante mis ojos una semana más y que
empecemos una nueva. ¡Tengo tantísimas cosas que hacer durante las jornadas que
apenas me percato que me pasan delante!
Este
fin de semana he logrado dar una vuelta a 107 páginas de La Baraja. La verdad es
que no he podido dedicarle todo el tiempo que me hubiera gustado. ¡Estoy un
poco colapsada! ¡Yo no veo demasiados fallos! Eso quiere decir que me tengo que
leer los párrafos tres veces y analizar cada detalle de tal manera que al final
no me gusta ni una palabra. ¡Ese es el riesgo de corregir, corregir y volver a
corregir!
Me
repito, lo sé. Pero es que me tiene un tanto alterada lo de encontrar bien la
novela porque entonces me surgen un millón de dudas: ¿No sé más? ¿Acaso no
puedo encontrar esos fallos que están ahí? ¿O es que estamos rizando tanto el
rizo que es difícil encontrar el punto de equilibrio? ¿No sirvo para
convertirme realmente en escritora editada? ¿Tengo que aprender más? ¿Algún día
me dirán que ya está y subiré otro peldaño de la larga escalera hasta la meta?
¿O me voy a quedar para siempre en el tercero?.....
Cuando
me dicen que hay gente que de manera innata sabe escribir bien y a la primera
tiene un gran informe de lectura es como si me dieran un garrotazo a mi
autoestima y cuando me piden que vuelva una y otra vez al manuscrito para
detectar errores, después de un esfuerzo considerable por dejarlo perfecto, se
me hace una montaña el pensar que debo volver a empezar. Y entonces me desanimo
bastante. ¡A ver si he corregido cosas que estaban bien!
¡Basta
ya! Se lo estoy diciendo a mi cabeza, es que me está mareando. Vamos a seguir
un ratito con Svet y a ver si puedo concentrarme en otra cosa, así intentaré
deshacerme por un ratito de tantas dudas y agobios.
…Mientras
Eduardo realizaba unas cuantas averiguaciones Svet se levantó de la cama y
caminó arrastrando los pies hasta la cómoda donde tenían la maleta abierta. Rebuscó
entre sus cosas hasta encontrar el pijama de fieltro que se puso sin perder
tiempo. Su mente seguía anclada en el pasado, en el incendio que había borrado
deliberadamente durante los últimos años y que ahora se le presentaba como una
experiencia intensa.
Tenía
el bolso colgado de la
silla. Rescató de su interior la fotografía medio quemada
donde las caras sonrientes de su familia le saludaban desde los recovecos del
pasado. Era una fotografía antigua, un tanto ajada por el paso de los años y
por la exposición al fuego aquel lejano día. Era el único recuerdo que
conservaba de su familia, el único anclaje con aquella realidad que se había
perdido entre las sombras.
Fiona
era la única que no sonreía a la cámara, en sus ojos se leían las huellas de la
frustración y del anhelo por seguir un rumbo distinto al que se le había
trazado. Su hermana era una niña altiva, soberbia, resentida con la vida por
haberla obligado a nacer en el seno de una familia con pocos recursos, con un carácter
agriado por las circunstancias y un genio desmedido que hería a todos los que
la trataban con cariño.
Pero
quemar la casa de sus padres con toda la familia dentro… Svet empezó a dudar de
sus recuerdos. Se sentó en la silla que se encajaba en el escritorio acariciando
la fotografía, con las lágrimas resbalando impunes por sus mejillas y el dolor
estrujándole el corazón, como si alguien lo estuviera apretando con sus manos y
casi la ahogara.
¿Realmente
Fiona había sido capaz de hacer algo así? El timbre de una voz masculina se fue
colando por sus recuerdos, era una voz fuerte, dura, inflexible. Una voz que
gritaba algo en un idioma extraño. Una voz que acompañaba los actos criminales
de su hermana. Una voz que le aguijoneaba el cráneo con unos gritos intensos,
como si la estuviera llamando.
-Se
llama Úrsula Espona. –Eduardo se sentó a los pies de la cama con una libreta
abierta entre sus manos-. Es la viuda de un rico empresario que se ha quedado
con toda su fortuna. ¡Su hijastra enloqueció con la muerte de su padre!
Svet
intentó procesar las palabras de su marido, pero aquella voz seguía acosándola.
Cada vez se hacía más fuerte, más insistente, más atronadora. Levantó la mirada
hacia Eduardo con la intención de contestarle, pero un dolor agudo la obligó a agarrarse
la cabeza con ambas manos, a cerrar los ojos con fuerza, a dejarse llevar por
el sonido de la voz, por las frases que no llegaba a dilucidar….
No he tenido tiempo de seguir con la trama y ver que tal van Úrsula y los demás. Pero por lo de la Baraja no te desanimes, eso es para que salga perfecta! Cuando esté publicada quiero una copia firmada, eh?
ResponderEliminarBesos
¡Seguiré tu consejo y no me desanimaré!!! Un besoooooo
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