¡Qué distinta es la vida en el campo!
¡Buenos días! Tal y como reza el título de hoy me parece mentira lo distinta que es la vida en el campo, con su ritmo pausado, la falta de estrés, rapidez, humo, coches, agobios y prisas. Es como si al entrar en un entono rural estuviéramos saliendo de una máquina del tiempo y pudiéramos respirar la esencia de otros tiempos.
La casa de
Tivissa de la prima de mi marido se llama Can Silveri. Es un caserón construido
a principios del siglo XX que bien podría ser el escenario de una película de
época, o de una de miedo. Da a un callejón adoquinado un tanto estrecho que
culmina en la plaza de la iglesia. Tiene una enorme
puerta de madera, que se abre con una enorme llave de hierro, y un tirador en
forma de garra para llamar a la antigua. ¡Aunque esta puerta siempre está
abierta! ¡Dentro hay una de factura moderna con un timbre de los
actuales!
El interior es
grande y espacioso, con una vista muy bonita a la comarca desde los balcones de
cada piso. ¡Tiene cuatro y un sótano! Aunque sólo se habitan dos y los otros
están cerrados. El suelo es de baldosas con mosaico, unas baldosas que algunas
noches de invierno, durmiendo en una de las habitaciones con una virgen sobre la
cama, muerta de frío y angustia, no hay calefacción y hace un fío de mil
demonios, con el silbido del viento acompañándome y las sombras de los muebles
acechando en la oscuridad y la necesidad imperiosa de bajar al baño, me han
parecido frías y desiguales, como si quisieran
atraparme.
El distribuidor de la planta superior siempre me recuerda a mi época de juventud en la que
habíamos ido a pasar algunos fines de semana ahí y al día en el que hace quince
años la prima de mi marido se vistió de novia y le hicieron el reportaje
fotográfico junto al piano, a la butaca de mimbre, a los cuadros,… ¡Y es que
habíamos ido bastante de jovencitos!
¡Si vierais la
cocina! Es en forma de U, con muebles de madera antiguos y una pila enorme de
algo nacarado, con dos grandes barreños para lavar los platos a mano, dos
neveras, una gran despensa,… ¡y las ollas colgando en la pared!
Aquí se respira
un aire limpio, nítido, agradable. Casi se puede oler el sosiego del campo,
escuchar el ritmo de la tranquilidad, de la esencia de estas gentes que encaran
el día a día con otro talante, tocar sus mentes serenas, saborear el agradable
sabor de tomarse la vida de otra manera.
J., mi
anfitrión, nació y vivió sus primeros dieciocho años de vida en este pueblo de
calles adoquinadas, con las paredes de los callejones estrechos pintadas de
blanco y salpicadas de puertas de madera de diversos colores, rodeado de campos,
de almendros, de otras costumbres.
Ayer nos llevaron a la pequeña construcción que tiene en los campos que heredó de su padre. Son
unos campos preciosos, donde se cultivan las almendras que en otros tiempos
valían una fortuna y que a día de hoy no dan ni para reinvertir en ellas. Pero
J. sigue trabajando la tierra los fines de semana, recogiendo los frutos de sus
árboles para venderlos, tratándolos, limpiando el campo de malas hierbas y
matorrales, cuidando con mimo una zona que a principios del siglo veinte daba
mucho dinero.
Tiene también
algarrobos, ¡me explicó que el chocolate y muchos cosméticos se nutren de este
fruto!, y aceituneros de los que extrae un aceite genial (la producción la vende
entre sus conocidos y le abastece su demanda personal de todo un año). Yo lo he
probado y es una aceite excepcional, con un sabor fuerte y delicioso que sólo
acompañado con un mendrugo de pan te deleita el paladar. ¡Está hecho con
aceitunas arbequinas!
Por la tarde
fuimos a visitar el pueblo íbero que se encontró en las cercanías de Tivissa.
¡Es muy grande! ¡Y se conservan muchas partes! Aunque todavía hay que excavar
mucho para sacarlo todo a la luz. ¡No os podéis imaginar que vista más
maravillosa del río Ebro hay desde allí!
He creado una
página en el Facebook del blog, ahí voy a colgaros algunas fotos del paisaje y
del pueblo para que podáis ver un poco lo bonito que es: Enlace a la página del FB
¡Feliz
domingo!!!!!!!!
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