Un relato
¡Buenos días! Hoy tengo un
día intenso: el concurso de gastronomía del colegio de mis niños y una fiesta
del oeste. ¡Seguro que será un sábado memorable!
Àlex e Irene presentan un
pastel de Oreo que hicieron ayer bajo mi supervisión. El nivel suele ser alto,
así que quizás no ganen nada, pero como mínimo participan y eso ya es un logro.
Creo que lo importante en estos casos es que ellos tomen parte activa en la
elaboración y que se comprometan con la causa.
Esta mañana quiero
compartir con vosotros un pequeño relato, ¡a ver qué os parece!
Caminaba tranquila rumbo al
parque con mis hijos. Era precioso día soleado. Las nubes se negaban a empañar
la claridad del cielo y el calor se filtraba por las finas ropas de algodón que
cubrían nuestros cuerpos.
Recuerdo las risas y los
divertidos comentarios. El sosiego de la calle, apenas copada por algunos
transeúntes despistados, nos acompañaba en la última semana de Agosto. Llegamos
al quiosco para comprar La Vanguardia.
Fue un reflejo involuntario
en el cristal. Cuando me agaché para tomar el periódico entre mis manos me
quedé helada, quieta, sin movimiento. El corazón se disparó sin tregua y
cabalgó por las aguas del ayer. Me devolvió a una tormenta olvidada y enterrada
tras capas de nuevas experiencias y el dolor me arrastró hacia aquellos días.
—Mamá. —María me tiró de la
manga impaciente—. Vamos.
Pero era incapaz de
articular palabra o de mover un solo músculo del cuerpo. Las pupilas
traicionaron la inmovilidad impuesta y se clavaron en él. Ahogué un grito.
Acababa de ver un fantasma.
—¿Qué pasa? —María no cejaba
en el empeño de arrastrarme a la zona de juegos—. ¿Compras La Vanguardia?
—No —conseguí articular con
un sobreesfuerzo.
La palidez se posó en mi faz,
el sudor se congeló en los poros al sentir un frío tembleque. El impacto de
aquel encuentro se adentró en las profundidades del pasado. Caminé tiesa,
exenta de felicidad. Me alejé de él cuanto pude.
Recuerdo entre tinieblas
andar despacio hacia uno de los bancos a la sombra. María y Nico se marcharon
para fundirse con la estampa de otros niños en pleno juego mientras yo permanecía
anclada en la película de los sucesos, incapaz de aceptar que Max estaba vivo.
¿Cuánto tiempo me atormentó
el remordimiento por su temprana muerte? ¿Cuántos meses me interné sin remedio
en el tortuoso mundo del insomnio para afrontar el golpe y la culpabilidad? No,
era imposible, no podía ser él.
Pero en el fondo sabía que
sí lo era. A pesar de negar con todas mis fuerzas la visión de su figura, le
había reconocido. En un fugaz segundo, tras el cristal del quiosco, nuestros
ojos se habían cruzado y su expresión mudó al verme.
Tardé un buen rato en
recomponer los pedazos rotos del pasado. Temblaba bajo el sol abrasador sin
dominar las imágenes que se formaban entorno a mis recuerdos, aquellos
recuerdos que me traían mis años de juventud, unos años en los que todavía
pensaba que la felicidad era infinita, un bien real que acompañaba nuestros
días.
Barrí el parque con la
mirada, en busca de él, de sus labios, de sus ojos, de sus caricias. Y recordé
el final de nuestra relación, los gritos, los insultos, las palizas, el alcohol
destilando por sus poros, el juicio para la custodia de los gemelos, la lucha
legal que lo llevó a partir a la selva amazónica donde regresó en un ataúd…
¿Acaso no había sido él
quien me miraba desde la calle? ¿Había sido una simple ilusión óptica?
¡Feliz día! J
Sinceramente más que un relato me hace pensar que no es más que un trocito de uno de los muchos y tal vez variados episodios de algo que acabas de comenzar. Espero y deseo, de estar en lo cierto, que la continuación de la supuesta novela no dependa exclusivamente de la opinión que por aquí podamos dejar.
ResponderEliminarRecuerda que el que escribe ha de estar seguro de lo que quiere contar y el porqué: nada en la vida acontece así sin más, ni en la real ni en la inventada.
Detrás de una palabra, un gesto... siempre hay alguna intención.
Esta vez es solo un relato que escribí el sábado. A veces es entretenido darle vida a una idea. ¡Feliz día! :-)
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