Agentes

11:48 Pat Casalà 0 Comments

            Estos días me han preguntado por mi agente literaria. ¿Cómo la encontré? ¿Desde cuándo la tengo? ¿Por qué no me encuentra editorial? Al principio, cuando escribía sin parar y no medía la dificultad de llegar a las librerías, compartí con un montón de conocidos y amigos mis aspiraciones. Recuerdo que siempre me preguntaban lo mismo: ¿Saldrá un libro por Sant Jordi? Ellos lo veían como yo, algo sencillo: se escribe un libro y luego se publica.
            Ahora, ocho años después de empezar, con una estela de aprendizaje, novelas acabadas y otras a medio camino, me siguen preguntando lo mismo, y a mí se me cae el alma a los pies cada vez que debo admitir que no, que de momento sigo ahí, esperando a que suceda.
            En una de las entradas del blog os hablé de mi agente. Pensad que durante muchos años me ha costado un mundo utilizar ese nombre: agente. He tardado en creerme que eso era cierto, que realmente había alguien que quisiera trabajar para que mis novelas lleguen algún día a editarse.
             Yo creo en las señales, en todas las que te indican en momentos puntuales el camino que debes seguir. Son simples indicativos, situaciones y sucesos que aparecen de improviso, cuando menos te lo esperas. Una de las más potentes que he tenido fue cuando conocí a mi marido. Aquel día, con dieciocho años, le dije a mi madre que acababa de conocer al hombre con el que me casaría. Y cinco años después estaba vestida de blanco con él a mi lado. ¡Nunca había sentido una conexión tan especial con nadie!
            Con la agencia literaria que me representa me sucedió algo parecido. Tras presentar dos de mis novelas a Planeta con la ayuda de mi conocido, al que siempre estaré agradecida, y escuchar sus consejos acerca de la manera de mejorar los escritos, seguí su sugerencia de buscar a un agente literario. Lo busqué por Internet, en una lista que ofrecían varias páginas web. Estudié cada una de las opciones, consultando sus listas de representados, y opté por tres nombres, a quienes envié por mail una carta de presentación, resúmenes argumentales de mis dos novelas acabadas y los manuscritos. Sin embargo, cuando cliqué en enviar a la agencia que ahora representa tuve una corazonada: ¡Ésa era la mía! Así que a ellos les añadí el trocito de El Secreto de las Cuartetas que tenía escrito en aquel momento. Era febrero de 2006.
            Durante cuatro meses no obtuve ninguna respuesta, así que seguí mi instinto y le envié un mail a mi agencia actual, adjuntándole el manuscrito ya terminado. Me respondieron bastante rápido, informándome de que sus plazos de lectura eran largos, pero que siempre informaban si les interesaba o no representar a alguien. Y esperé. Me pasé meses asida al teléfono, consultando el correo electrónico constantemente, con una impaciencia imposible de aplacar.
            En diciembre empecé a dudar. Había seguido mi instinto como en muchas ocasiones anteriores, pero el tiempo se había consumido y mi esperanza se había fundido en un mar de ansiedad. Así que empecé a plantearme la posibilidad de dejarlo, de abandonar. Fui rebajando las horas que dedicaba a la escritura paulatinamente, hasta que en el mes de marzo de 2007 lo dejé por completo. Y entonces llegó el mail, ¡les interesaba! ¡Y me iban a llamar!
            La verdad es que no ha sido un camino de rosas. Durante los primeros años escuché sus consejos por mejorar los manuscritos. Trabajé otra vez a quintetos por hora, puliendo, aprendiendo, leyendo, estudiando la técnica que ahora he logrado dominar, esperando sus mails. Al fin, en 2009 formalizamos la relación. ¡A ver si fructifica!

             

             




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