¡Qué difícil es esperar!

9:39 Pat Casalà 0 Comments


            ¡Buenos días! Llevo más de una hora dándole vueltas a esta entrada de hoy. Estamos en unos días festivos y la afluencia al blog desciende considerablemente, así que no voy a escribir el fragmento de Los Cofres del Saber que tenía en mente ni nada que sea muy trascendente. ¡Son momentos de disfrute y tranquilidad!
            Para mí no está siendo una Semana Santa demasiado buena, la verdad, pero siguiendo con la intención de ser siempre optimista voy a mirar hacia delante y pensar que pronto conseguiré una ancha sonrisa que me hará olvidar los malos momentos.
            ¡Qué difícil es esperar! En todos los ámbitos de la vida las esperas minan los nervios y destrozan el alma. ¿Quién no ha aguardado nunca a que sucediera algo? ¿Quién no ha sentido aquellas cosquillas en el estómago que te ahogan cuando los minutos se convierten en horas y las horas en días?
            Es una sensación amarga y difícil, de aquellas sensaciones que te activan todas las constantes y precipitan la adrenalina por tu cuerpo consiguiendo una sobrealteración de los sistemas internos. Y los segundos pasan más despacio y las horas se consumen entre exaltaciones y los días caen sobre ti como una pesada losa.
            ¡Hay tantas esperas en mi vida! Y sí, he de admitir que soy una persona impaciente y activa, de aquellas personas a las que les cuesta permanecer quieta mientras llega lo que agurada. Pero hay momentos en los que la realidad se impone y las situaciones desembocan en decisiones.
            ¡Me he pasado tantos años frente al mail y al teléfono! ¡Esperando, esperando y esperando! Ha habido momentos en los que incluso mi mente ha reproducido el sonido del móvil. Con el paso del tiempo he ido adaptándome a ese estado, siempre anhelante, siempre ilusionado, siempre paciente, siempre a la espera. ¡Pero qué duro es preguntar y no obtener respuesta! ¡Interpretar los silencios! ¡Caminar en la cuerda de la incertidumbre!
            Ahora mi espera es distinta, es una más dolorosa y triste, una que me duele intensamente: el desenlace de un ser querido. Hace tres días que nos han dicho que había llegado el final, pero las manecillas del reloj avanzan sin detenerse y todo sigue igual, en el limbo de la espera, suspendido en un estado semiinconsciente del que sabemos no despertará.
            ¡Y cómo cuesta estar sentado aguardando! A mí, encerrada en casa, con la rodilla todavía convaleciente, los niños sin poder salir y mi marido velando a su padre, me está costando no derramar lágrimas constantemente.
            La verdad es que quizás por todo lo que sucede a mi alrededor las últimas entradas han sido un poco apagadas. Me está costando mucho centrarme estos días. He dejado de escribir, de corregir, de soñar y de leer. ¡Necesito unas vacaciones de mente! ¡Unas que me ayuden a asimilarlo todo!
            Voy a respirar profundamente, voy a cerrar los ojos un momento y voy a pensar que todo pasa, que todo llega, que todo es efímero. Y, sobre todo, voy a recordar los buenos momentos, las alegrías, las ilusiones, las esperanzas. Y voy a sonreír. Lo prometo.
            ¡Os deseo un feliz día!

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