El despertar de Isaac (la trama 23)

8:22 Pat Casalà 0 Comments


           ¡La vida es un cajón lleno de sorpresas! Recuerdo con nostalgia aquellos días en los que la magia y la fantasía formaban parte de cada uno de nosotros, cuando en las noches infantiles soñábamos con los Reyes Magos, con Papá Noel, con el Ratoncito Pérez,… ¡La ingenuidad y la emoción se combinaban entonces en un cóctel de ilusiones!
            Ahora la magia se ha fundido en la realidad del conocimiento y a medida que vamos creciendo nos perdemos en los laberintos del saber, sintiéndonos tentados a relegar todos los hechos insólitos a un segundo plano, rebajando la intensidad de la extrañeza y negando con la cabeza, como si nada pudiera interferir en la ciencia conocida y no existiera ninguna fuerza de la naturaleza capaz de adelantarse a los acontecimientos o de crear un poquito de magia.
            Siempre he creído que hay algo más, una fuerza oculta que te da señales y te empuja a elegir un camino u otro. ¿No os ha pasado nunca que habéis pensado en una persona que hace años que no veíais y minutos después os la habéis encontrado? ¿O que al entrar en un sitio habéis sentido una sensación extraña y después algo malo ha sucedido? ¿O despertaros un día con la intuición de que va a pasar algo fantástico y acostaros por la noche con una gran noticia?
            ¿Y qué me decís de las señales? Yo quiero seguir creyendo que la magia forma parte de nuestro universo, aunque sea en pequeña medida, y que nos acompaña en el largo recorrido de nuestras vidas para traernos instantes maravillosos, así que seguiré escuchando las señales, esas que me anuncian con luces de Néon rojas lo que debo hacer, aunque últimamente intente apagarlas.
            Bueno, vamos a seguir con nuestro Isaac. Lo habíamos dejado en el bosque con nueve años, recibiendo un rayo de sabiduría que le mostraba todo cuanto había sucedido con los prigenios.
            …En el interior de Isaac fueron arremolinándose los sentimientos, despertando un sinfín de emociones encontradas que lo envolvían en un torbellino de angustia e impresión. La maldad que exudaban los actos de los prigenios le partían el corazón, eran actos perpetrados en pos de la humanidad, unos actos equivocados, que los convertían en unos tiranos erigidos para condenar a sus congéneres al ostracismo y decidir cuál iba a ser su futuro.
            El niño fue procesando cada dato en una mente que parecía agrandarse con cada imagen. Era como si a través de las proyecciones su cerebro fuera aumentando la capacidad y se fuera abriendo a un mundo nuevo de posibilidades. Discernía con una claridad pasmosa, entendía más allá de los propios actos, veía intrincadas ramificaciones de todo cuanto se le mostró.
            Los prigenios databan del milenio anterior, desde su muerte habían legado su visión  deformada del futuro a unos descendientes marcados con un único fin: impedir que la evolución se escapara a la sujeción de los cofres. Isaac fue testigo de sus matanzas en pro de un ideal equivocado, de sus facultades mentales enfocadas a encontrar a los nacidos con un don y a deshacerse de ellos.
            Cuando la luz del alba despuntó en el horizonte y el sol inició su andadura en ese lado de la Tierra,  Isaac se despertó. Estaba estirado en un lecho de pinaza, aterido por las bajas temperaturas, con las ropas enganchadas al cuerpo por un sudor frío y seco que lo había acompañado en sus últimas ensoñaciones.
            Durante unos minutos se rindió a la ilusión de que todo había sido un sueño fruto de una imaginación desbordante. Se incorporó despacio, permitiendo que sus músculos agarrotados por la gélida temperatura que azotaba el exterior se fueran desentumeciendo. Inspiró una gran bocanada de aire antes de erguirse en toda su estatura y empezar a caminar hacia su casa con una resaca de movimientos.
            Era un niño un tanto desgarbado, con una estatura media, rasgos suaves y delicados y una mirada de penetrantes ojos pardos. Había heredado de su madre el esqueleto fino de huesos pequeños y largos que apenas se llenaban con un gramo de grasa. Pero tenía una fuerza interior que vencía cualquier impedimento físico a la hora de realizar sus tareas y esa fuerza fue la que lo acompañó en los primeros pasos por el bosque aquella mañana  glacial.
            Recorrió tres metros antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Al principio lo achacó a una ilusión, pero a medida que se percató de que podía ver el movimiento sinuoso del viento que revoloteaba las hojas de los árboles,  que podía escuchar el trino de los pájaros con una claridad de mente que interpretaba sus cánticos como palabras en su idioma, que no necesitaba mirar para conocer la ubicación de cada animal del bosque, supo que algo le estaba sucediendo.
            Se paró en seco en un claro, rodeado de árboles, envuelto con la claridad del sol que ya había salido de las montañas e iba rumbo a su reinado en un cielo despejado de nubes. Forzó su mente a recorrer toda la basta extensión de montañas que lo rodeaban, visitando cada pequeño recodo, encontrando a todas las criaturas que lo habitaban, descubriendo unas capacidades cerebrales nada comunes, empezando a digerir su cambio, su avance, su nuevo devenir.
            Fue entonces cuando los nubarrones opacos de la angustia se ensañaron con él. ¿Cuánto tiempo iban a tardar los guardianes de los cofres en descubrirlo? ¿No era a personas como él a quiénes buscaban? ¿No estaban dispuestos a deshacerse de todos ellos?    

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