El despertar de Isaac (la trama 23)
¡La vida es un cajón lleno de
sorpresas! Recuerdo con nostalgia aquellos días en los que la magia y la
fantasía formaban parte de cada uno de nosotros, cuando en las noches
infantiles soñábamos con los Reyes Magos, con Papá Noel, con el Ratoncito Pérez,…
¡La ingenuidad y la emoción se combinaban entonces en un cóctel de ilusiones!
Ahora
la magia se ha fundido en la realidad del conocimiento y a medida que vamos
creciendo nos perdemos en los laberintos del saber, sintiéndonos tentados a
relegar todos los hechos insólitos a un segundo plano, rebajando la intensidad
de la extrañeza y negando con la cabeza, como si nada pudiera interferir en la
ciencia conocida y no existiera ninguna fuerza de la naturaleza capaz de
adelantarse a los acontecimientos o de crear un poquito de magia.
Siempre
he creído que hay algo más, una fuerza oculta que te da señales y te empuja a
elegir un camino u otro. ¿No os ha pasado nunca que habéis pensado en una
persona que hace años que no veíais y minutos después os la habéis encontrado? ¿O
que al entrar en un sitio habéis sentido una sensación extraña y después algo
malo ha sucedido? ¿O despertaros un día con la intuición de que va a pasar algo
fantástico y acostaros por la noche con una gran noticia?
¿Y
qué me decís de las señales? Yo quiero seguir creyendo que la magia forma parte
de nuestro universo, aunque sea en pequeña medida, y que nos acompaña en el largo
recorrido de nuestras vidas para traernos instantes maravillosos, así que
seguiré escuchando las señales, esas que me anuncian con luces de Néon rojas lo
que debo hacer, aunque últimamente intente apagarlas.
Bueno,
vamos a seguir con nuestro Isaac. Lo habíamos dejado en el bosque con nueve
años, recibiendo un rayo de sabiduría que le mostraba todo cuanto había
sucedido con los prigenios.
…En
el interior de Isaac fueron arremolinándose los sentimientos, despertando un
sinfín de emociones encontradas que lo envolvían en un torbellino de angustia e
impresión. La maldad que exudaban los actos de los prigenios le partían el
corazón, eran actos perpetrados en pos de la humanidad, unos actos equivocados,
que los convertían en unos tiranos erigidos para condenar a sus congéneres al
ostracismo y decidir cuál iba a ser su futuro.
El
niño fue procesando cada dato en una mente que parecía agrandarse con cada
imagen. Era como si a través de las proyecciones su cerebro fuera aumentando la
capacidad y se fuera abriendo a un mundo nuevo de posibilidades. Discernía con
una claridad pasmosa, entendía más allá de los propios actos, veía intrincadas
ramificaciones de todo cuanto se le mostró.
Los
prigenios databan del milenio anterior, desde su muerte habían legado su visión deformada del futuro a unos descendientes
marcados con un único fin: impedir que la evolución se escapara a la sujeción
de los cofres. Isaac fue testigo de sus matanzas en pro de un ideal equivocado,
de sus facultades mentales enfocadas a encontrar a los nacidos con un don y a
deshacerse de ellos.
Cuando
la luz del alba despuntó en el horizonte y el sol inició su andadura en ese
lado de la Tierra, Isaac se despertó. Estaba
estirado en un lecho de pinaza, aterido por las bajas temperaturas, con las
ropas enganchadas al cuerpo por un sudor frío y seco que lo había acompañado en
sus últimas ensoñaciones.
Durante
unos minutos se rindió a la ilusión de que todo había sido un sueño fruto de
una imaginación desbordante. Se incorporó despacio, permitiendo que sus músculos
agarrotados por la gélida temperatura que azotaba el exterior se fueran desentumeciendo.
Inspiró una gran bocanada de aire antes de erguirse en toda su estatura y empezar
a caminar hacia su casa con una resaca de movimientos.
Era
un niño un tanto desgarbado, con una estatura media, rasgos suaves y delicados
y una mirada de penetrantes ojos pardos. Había heredado de su madre el
esqueleto fino de huesos pequeños y largos que apenas se llenaban con un gramo
de grasa. Pero tenía una fuerza interior que vencía cualquier impedimento físico
a la hora de realizar sus tareas y esa fuerza fue la que lo acompañó en los
primeros pasos por el bosque aquella mañana glacial.
Recorrió
tres metros antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Al principio lo
achacó a una ilusión, pero a medida que se percató de que podía ver el
movimiento sinuoso del viento que revoloteaba las hojas de los árboles, que podía escuchar el trino de los pájaros con
una claridad de mente que interpretaba sus cánticos como palabras en su idioma,
que no necesitaba mirar para conocer la ubicación de cada animal del bosque,
supo que algo le estaba sucediendo.
Se
paró en seco en un claro, rodeado de árboles, envuelto con la claridad del sol
que ya había salido de las montañas e iba rumbo a su reinado en un cielo despejado
de nubes. Forzó su mente a recorrer toda la basta extensión de montañas que lo
rodeaban, visitando cada pequeño recodo, encontrando a todas las criaturas que
lo habitaban, descubriendo unas capacidades cerebrales nada comunes, empezando
a digerir su cambio, su avance, su nuevo devenir.
Fue
entonces cuando los nubarrones opacos de la angustia se ensañaron con él. ¿Cuánto
tiempo iban a tardar los guardianes de los cofres en descubrirlo? ¿No era a
personas como él a quiénes buscaban? ¿No estaban dispuestos a deshacerse de
todos ellos?
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