Bye bye Perhentian

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! A veces, solo a veces, las cosas salen bien. Cuando un padre me mira orgulloso y me dice: «mi hijo lo ha aprobado todo con notas estupendas», yo le felicito, porque me parece una hazaña increíble. Me alegro de veras por él, no es consciente de la suerte que tiene, pero en el fondo siento una terrible decepción.
Tener dos hijos no estudiosos, a pesar de ser inteligentes y capaces, no es fácil de sobrellevar, aunque les quiera con locura. Me cuesta entender esa desmotivación a la hora de superarse, su tendencia a ir al límite, a rozar siempre el poste.
Ayer era día de notas de recuperación, uno de los que me suelen costar aceptar sin más. Mi hija pasaba de curso seguro, en cambio el mayor… Uffff, este siempre me hace sufrir, hasta el extremo de que cuando me llamó la profesora empecé a llorar. Lo sé, no debería, pero estaba hecha un flan. ¿Repetiría? ¿Tendría la oportunidad de seguir adelante?...
¡Por suerte ha pasado de curso! En el límite, sin garantías de acabar bien este segundo de bachillerato, pero llegando por fin a la última casilla de la escuela. Y sí, las cosas esta vez salieron bien.
Hoy me toca despedir las islas Perhentian. Ayer pasé un rato navegando por internet, con unas palabras clave en el buscador: «islas paradisíacas desconocidas». Pensaba que saldrían por algún lado, pero son tan anónimas que no ocupan ningún puesto en los rankings. Mejor, así no hay demasiados turistas…
Cuando salimos de la última playa nuestro barquero nos anunció lluvia y nos dejó en el hotel. Las primeras gotas de lluvia repiqueteaban contra la arena. Bajamos corriendo, con la sensación de que nuestras últimas horas se nos escurrían sin playa ni hamacas ni baños.
Compramos una hamburguesa en uno de los puestos de la playa, corriendo para no empaparnos. Nos la tomamos en el espacio del hotel destinado a los masajes, el The World Café estaba lleno y no había otro techo bajo el que cobijarse. Y nos duchamos corriendo en el baño que nos cedió el hotel. Llovía tanto que parecíamos gitanos buscando la ropa de repuesto en las maletas en recepción, tapados por el techo de madera, y luego correteando arriba y abajo, con la ropa escondida bajo la toalla para no empaparla.
Nos fuimos de allí una hora después, con la tristeza propia del momento. Llovía a cántaros, era como si la isla entera llorara la despedida… Subimos a la barca pequeña, donde la tormenta no tenía piedad, ya que no había techo. Las maletas nos acompañaban. En la otra embarcación, la lancha rápida, sí estábamos protegidos, así que nos pusimos el chaleco, suspiramos y emprendimos el largo viaje de regreso.
Ocho horas después nos inscribíamos en el hotel del aeropuerto internacional de Kuala Lumpur. Necesitamos un viaje en barca rápida, transporte por carretera de una hora, esperar en el aeropuerto, un vuelo de hora y media y un taxi de otra hora… En fin, nos fuimos a dormir a las doce pasadas, excitados por la aventura del día siguiente. El despertador debía sonar a las seis y media para subirnos a un avión rumbo a Langkawi. Mañana os lo cuento…

¡Feliz día! J

You Might Also Like

0 comentarios: