Llegada a Kuching

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Parece que el día quiere apagarse, como si la lluvia anunciada ayer estuviera a punto de caer impune sobre la acera. Tengo frío, las temperaturas han bajado para refrescar el ambiente. La casa duerme, solo se escucha el rumor de la ducha, mi hijo está preparándose para ir al colegio…
Hoy me despierto un poco melancólica, quizás es el día, la oscuridad suele apagarme. Cuando le doy vida a unos personajes en el papel intento dotarles con realismo, cediéndoles muchas veces mis sentimientos, viviendo con ellos las desventuras, con las emociones a flor de piel. A veces le doy la vuelta a mi manera de ver las cosas e invierto la manera en la que encararía los acontecimientos.
Por suerte los sentimientos se atemperan con la edad, las ilusiones se redimensionan y la realidad me envuelve en una espiral de instantes felices para conservar en la memoria. Con el paso de las horas luciré una de mis anchas sonrisas, estoy convencida.
Sigo sin fotos del viaje… Y es una pena, porque ahora nos acercamos a una fase donde la naturaleza nos envolvió con su fiereza, anunciando a gritos un espectáculo digno de visitar.
Llegamos a Kuching por la noche, cansados, sin demasiadas ganas de hacer nada. No cenamos, habíamos tomado un helado antes de salir de Langkawi y era tardísimo. Teníamos contratado el hotel Pullman, una cadena asiática con buenas críticas, pero al llegar a recepción no encontraban una de las habitaciones reservadas con Booking desde Barcelona. Tardaron más de la cuenta en darnos las llaves.
El hotel está correcto, pero no es nada del otro mundo. Buen hall, habitaciones adecuadas, pero una zona de piscina y spa muy trotada, con una necesidad imperiosa de reforma.
Nos fuimos a dormir pronto, estábamos tremendamente cansados del viaje y al día siguiente nos esperaba una gran aventura. Kuching es una ciudad fea, sin demasiados alicientes para los viajeros, pero está cerca de Bako National Park, una de las selvas más antiguas del planeta.
A las siete en punto estábamos los cuatro en el buffet desayunando, con deseos intensos de subirnos a un taxi para emprender el camino. Preparamos el equipaje, lo bajamos a recepción, con la mochila al hombro para pasar la noche en Bako, y comprobamos la reserva para dos noches de después. Para nuestra consternación tampoco tenían constancia de una de las habitaciones. Tras evaluar la situación dejamos el equipaje en la consigna, quedamos en hablarlo al día siguiente y salimos a la calle para coger un taxi rumbo a la selva.
¡Feliz día! J  


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