¿Reedificamos?
¡Buenos días!!! Puaf, os pongo
buenos para decir algo, pero no hay manera de que el sol se digne a reinar en
el cielo y a iluminar el día que sigue gris, apagado, apático y con muchas
ganas de llorar encima nuestro.
Ayer
me desvié un poco de la costumbre de buscar nuestra propia luz y de dibujar un
mundo de colores que nos acompañe en la búsqueda de la felicidad y de la ilusión
de levantarse cada mañana, aunque he de admitir que exorcizar los sentimientos
tristes muchas veces es una terapia milagrosa.
Hoy
me he levantado dispuesta a erigir unos nuevos castillos a base de tesón, ilusión
y fantasía. ¡Y si algún día se derrumban, pues mala suerte! ¿A quién hacemos daño
imaginando un mundo ideal? Mientras esas edificaciones con las que revestimos
nuestras esperanzas no atenten contra el bienestar de nadie somos libres de
crear, creer y soñar.
La
mejor manera de superar un día funesto es encararse con todo aquello que te
desestabiliza. ¡Y eso hice yo ayer! ¡Y ahora mi sonrisa está iluminada por la
energía de reedificar sin desmoronarme!
Caminar
por la senda de la vida es algo mágico y genial, un ejercicio diario que todos
compartimos y que todos intentamos recorrer con la mayor alegría posible. Y sí,
hay momentos bajos, instantes en los que parece que todos los cimientos que
sustentan nuestras esperanzas se remuevan entre arenas movedizas, pero al día
siguiente todos somos capaces de solidificar el pavimento y de fundar una nueva
base para que nuestros castillos se eleven en el aire y nos muestren una realidad
multicolor.
Para
mí los pilones principales que constituyen los edificios de mi ilusión están
compuestos por palabras, frases, movimientos, acordes e instantes con mi
familia. Si algún día me quedara sin un folio donde poder expresarme, sin una música
que poder seguir con mi cuerpo, sin una sonrisa de los míos o sin la capacidad
de imaginar me quedaría yerma, pero como sigo teniéndolo todo a mi alrededor, voy
a volver a creer que todo es posible y, sobre todo, a sonreír.
Os
voy a contar cómo me enfrento a la melancolía. Me encanta buscar baladas antiguas
que me sepa de memoria para reproducirlas un tanto altas de volumen. Cuando los
acordes inundan el espacio y las frases cobran sentido, las voy cantando en voz
alta, con los ojos cerrados, permitiendo que el poder hipnótico de la melodía
se funda con mis emociones y vaya serenando mi espíritu.
En
ese instante, cuando siento la vibración de las notas en mi interior, todo
desaparece, el mundo real se desvanece entre las edificaciones paralelas que
voy tejiendo con mi imaginación, y logro alcanzar todas aquellas metas que me
había trazado en algún momento. ¡Las siento tan reales que a veces incluso
lloro de felicidad!
Sí,
es cierto, puede parecer un poco friki, pero funciona. Es genial, es como un
chute de felicidad directa al cerebro, como si todos los sueños almacenados en
mi interior fueran reales y por unos momentos los pudiera vivir. ¡Y luego me
siento revitalizada! Creo que es una buena terapia.
También
utilizo ese método cuando me encallo con un personaje o con una escena o con
una idea. Al buscar una música que exude los sentimientos necesarios para avanzar
en la narración encuentro las pistas para desencallar lo que se ha bloqueado.
¡Y entonces la historia vuelve a fluir con facilidad!
Bueno,
¡me voy a trabajar! Mañana retomaremos la trama de Sara e Ignacio, ¿OK?
¡Pasad
un día genial!
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