El principio

7:29 Pat Casalà 1 Comments

         Nuestro relato avanza a una velocidad de crucero, vamos añadiendo nuevos detalles cada día y logramos darle consistencia a través de las entradas. Me prometí a mí misma que no volvería a escribir una novela entera hasta haber pulido La Baraja con la ayuda de mi Máster, pero ahora ya no sé que pensar, ¡tengo tantas ideas flotando por la cabeza!
            Sigo leyendo y en algún momento retomaré la corrección del segundo capítulo, aunque estas semanas tengo cantidad de trabajo y muy poco tiempo para dedicarme a mis escritos. Y el poco tiempo libre del que dispongo lo ocupo en irme a bailar, a la piscina con mis amigas o a pasear con mi marido. Mi hija está de colonias y el niño en casa de un amigo hasta el día 16, así que hay que disfrutar esta libertad momentánea. ¡Qué fin de semana más tranquilo se me presenta!
            He superado con creces aquella sensación de desmoronamiento que sentí hace tres semanas. Aunque no he recuperado la maraña de sueños y sentimientos que me empujaban a idealizar el mundo de la escritura. Estos últimos meses en la red me han servido para darme cuenta de la cantidad inmensa de personas maravillosas y con talento que cada día luchan por lo mismo que yo. Eso te hace empequeñecer dentro de tu universo personal y te acerca a ellos, sintiendo que te comprenden y que formas parte de algo más grande. ¡Igualmente la esperanza es lo último que se pierde!
            Ayer me pasé un buen rato pensando en el principio del relato. Decidí que la narración podría intercalar la primera persona en las vivencias de Sara y la tercera en las demás. La visión de Sara se vería así fortalecida por la de su entorno a través de un narrador omnisciente que acompaña a los otros componentes de la historia.
            Ahora voy a poner en práctica mis pensamientos. ¿Qué os parece si hacemos así el principio?

            “Era media tarde. El sol se había escondido en algún lugar indefinido para traernos la oscuridad que envuelve las largas tardes de invierno en la ciudad. Estaba sentada en el enorme salón de mi casa, con la bandeja de la merienda vacía sobre la mesa de centro de madera lacada que jugaba con la decoración minimalista que me envolvía.
            ¿Cuánto tiempo llevaba ahí sentada? ¿Qué hacía? Esas fueron las primeras preguntas, las que me cruzaron por la mente embotada y espesa, como si estuviera llena de una pasta consistente que se hubiera pegado a los circuitos neuronales y no los dejara funcionar con fluidez.
            Notaba la boca pastosa, con la lengua seca y los labios agrietaos. Los ojos me lloraban, como si el cansancio los vaciara de líquido lentamente y desplazara las lágrimas creando caminos sinuosos en mi rostro pálido y estático. El sabor salado de las lágrimas me despertó el sentido del gusto. Las saboreé de una manera casi furiosa, como redescubriendo una sensación olvidada.
            Un leve temblor se apoderó de mi cuerpo. Los recuerdos se fueron formando despacio, como si al principio sólo fueran un cúmulo de arena que poco a poco se fue solidificando a mi alrededor, creando muros de experiencias y ciudades cargadas de historia. Y el dolor me golpeó de nuevo. Fue como si mi padre volviera a morir. Como si mis entrañas recibieran de nuevo el golpe de perderlo y un dolor intenso recorriera todos los nervios de mi cuerpo.
            Parpadeé varias veces antes de centrar mi mirada en la tele encendida y ver la fecha y la hora en un lateral de la pantalla: 30 de noviembre de 2011, 19.15. Mi cabeza empezó a perderse en frenéticos pensamientos que despertaban interrogantes cada vez más intensos. ¿Cómo se me habían escurrido siete meses de la memoria? ¿Qué hacía yo sentada en el salón? ¿Dónde estaba Úrsula?.... “
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