¿Qué está pasando? La trama 27

8:08 Pat Casalà 0 Comments


         ¡Buenos días! Tras un par de entradas un tanto filosóficas, voy a seguir un poquito con la trama de Ignacio y Sara para los que tienen ganas de seguir el relato.
            Esta semana he ido al trabajo en autobús, pues la moto la tenía en el mecánico. Como trabajo cerca de las universidades he compartido transporte con varias hordas de estudiantes que se dirigían a sus facultades y me he sentido transportada atrás en el tiempo, cunado mis únicas preocupaciones eran levantarme a la hora, estudiar, asistir a clase y sacar buena nota en los exámenes.
            A mí me encanta escuchar las conversaciones ajenas, llamadas telefónicas que te dejan lagunas, trocitos de diálogos que intentas rellenar con ideas, soliloquios tristes, emociones, historias de amor,… ¡Hay tanto que oír! ¡Y tanto que imaginar a partir de esos pedacitos que captas al azar!
            Me divierte muchísimo crearles una vida a esas personas que hablan y me dejan pistas acerca de ellas mismas. Es un ejercicio increíble. Me imagino si están casadas o solteras o con novio. Les coloco unos padres o unos hijos o un marido y las hago circular por mi mundo paralelo encajando las voces y las frases que he oído y así se convierten en un personaje de ficción que quizás algún día asome la cabeza por las páginas de una de mis novelas.
            Hace un tiempo preparé un guión para dar clases de creación literaria, me hubiera gustado muchísimo encontrar un grupo de personas que tuvieran ganas de ejercitar su mente para dar cabida a la imaginación que seguro que tienen, pero no encontré la manera de realizar ese taller. En ese guión contemplaba este ejercicio que os he descrito como parte de las tareas, porque lo encuentro muy instructivo y divertido.
            Bueno, ¡vamos con Sara!
            …Me quedé bloqueada, sin saber muy bien qué debía hacer ni cómo actuar. Me arrodillé junto al cuerpo desplomado de Ignacio e intenté reanimarle, pero estaba flácido, pálido, con el corazón ralentizado y una mínima respiración que lo mantenía inconsciente.
            Estaba en un recibidor cuadrado, sobre una loseta de veinte X veinte centímetros que dibujaba unas filigranas en tonos verdosos. El suelo estaba muy frío, en la casa no había calefacción, y como no nos había dado tiempo a encender la luz la única iluminación que tenía era la que se colaba por una ventana de cristal ocre biselado que daba a la caja del ascensor y se asentaba al lado de la puerta.
            Barrí con la mirada el recibidor mientras me sentaba junto a Ignacio. Las lágrimas empezaron a recorrer el camino desde los ojos a los labios, creando caminos suntuosos en las mejillas enjutas, vaciando la angustia y la desesperación que anidaban en mi interior.
            El recibidor debía medir unos quince metros cuadrados. Frente a la puerta de entrada había otra de madera que comunicaba con un pasillo largo donde conté tres entradas a estancias indefinidas y que acababa en lo que a todas luces se adivinaba como el salón-comedor. En la pared que comunicaba ambas puertas había un gran reloj antiguo con un péndulo que iba cortando el silencio a cada segundo, como si fuera un anuncio del avance del tiempo. En la última pared había dos puertas entreabiertas que dejaban al descubierto las entrañas  de dos habitaciones.
            ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era aquel hombre que me acechaba? ¿Por qué Ignacio se había esforzado tanto para llevarme ahí y luego había pagado ese esfuerzo con la inconsciencia? ¿Qué debía hacer?
            Eran tantas las preguntas que martilleaban mi mente con un timbre estridente que apenas tenía tiempo de pensar en las respuestas. Estaba total y absolutamente sobrepasada, sin ningún indicio que me ayudara a entender la situación y con el recuerdo de los ojos negros acompañándome como una amenaza latente…
            El lunes más. ¡Pasad un gran día!
            
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