De Manila a Cebú
¡Buenos días! El primer viernes
de trabajo es el más reconfortante de todos porque por fin habrá tiempo de
volver a sumergirme en la serenidad de dos días sosegados, con tiempo para
volver a leer, a escribir, a sentir…
Recuerdo con una sonrisa torcida
mi llegada a Manila, esos treinta tensos minutos dando vueltas en el aire a la
espera de que nos dieran pista para aterrizar tras más de trece horas
encerrados en el avión, la sensación de que íbamos a perder el último vuelo…
Al fin nos dieron luz verde y
aterrizamos. Teníamos el check in del siguiente avión, pero nos quedaba facturar
las maletas. No faltaban más de cuarenta minutos para cerrar el mostrador y
debíamos pasar el control de inmigración, recoger el equipaje y cambiar de
terminal. Estaba al borde de un ataque de nervios, si perdíamos ese vuelo nos costaría
más llegar a destino…
La parte del pasaporte fue mucho
más ágil de lo que nos pensábamos. El policía nos hizo muchas preguntas a Irene
y a mí, entre ellas qué tipo de relación teníamos y cuál era nuestra ruta
turística por Filipinas.
Y llegamos a la cinta de las
maletas con el recuerdo de la última vez en Singapur. Con el corazón en un puño
vimos pasar un montón de equipajes, siempre con la sensación de que nos lo
habrían perdido otra vez y el paso de los minutos acosándonos. Cuando vi salir
las tres seguiditas me puse a dar saltitos de alegría, como Steff.
Mientras las esperábamos mi
marido fue a cambiar una parte del dinero en efectivo para pagar el taxi.
Nos quedaban quince minutos para
llegar a la Terminal 3, a diez minutos en coche si había suerte con el tráfico.
No nos lo pensamos demasiado, nos subimos a un taxi y cuando nos preguntó por
dónde queríamos ir le dijimos que por el sitio más rápido, que se trataba de una
autopista de pago. La tarifa era elevadísima por tratarse de Manila, pero al
final solo pagamos ocho euros y nos solucionó el problema porque llegamos a
tiempo.
Hacía veintisiete horas que
habíamos salido de casa, estábamos muertos de sueño, cansados y exhaustos, pero
todavía nos faltaba un vuelo de una hora y media para llegar a Cebú. Como
íbamos justos de tiempo esa parte del viaje fue rodada y conseguimos sortear
los minutos con la emoción propia de estar a punto de iniciar el viaje.
El taxi hasta el Harold’s Hotel
fue rápido y baratísimo, las habitaciones un oasis donde descansar y el aire
acondicionado una bendición. Esa noche dormí con la sonrisa puesta, al día
siguiente a las 9:30 nos venían a buscar para desplazarnos a Bantayan. Todavía
nos quedaban unas dos horas hasta el muelle y cuarenta minutos en barca…
El lunes os cuento la llegada al
paraíso.
¡Feliz día! J
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