Despertar en Bantayan y Virgin Island
¡Buenos días! Ayer nos quedamos
en las primeras horas en Bantayan, tras cenar en un restaurante cercano al
hotel…
Es importante remarcar que los horarios
en Filipinas difieren mucho de España, ya que el sol empieza a salir alrededor
de las cinco y cuarto de la mañana y se pone sobre las seis de la tarde.
Nos fuimos a la cama a las ocho
en punto. Habíamos cenado a las siete y estábamos cansados del viaje, aunque
nuestra intención era pasar un rato mirando la tele, leyendo o navegando por
internet antes de caer en un sueño profundo.
Mi marido puso la televisión y se
encontró con mil programas interesantes en tagalo… Así que me decidí a encender
mi Kindle y empezar a leer la segunda novela del viaje. La primera la terminé
en las doce horas de vuelo.
A la mañana siguiente el canto de
los gallos a las cinco de la mañana se hizo eco en nuestros sueños. Es parte
del sonido recurrente que me viene a la mente al pensar en Filipinas, el
despertar de madrugada arropada por ese sonido, con la melódica sucesión de
cantos.
Me desperté, me vestí con un
bikini, un short y una camiseta y caminé con mi ordenador hasta el bar para
teclear mientras el sol alcanzaba su cénit. Eran cinco mesas de madera
colocadas sobre la arena, con una barra de juncos que todavía estaba vacía.
Un par de horas después mi
familia apareció para tomar un auténtico desayuno americano: huevos, beicon,
mango, zumo de fruta, tostadas, mermelada, mantequilla y café, aunque era
instantáneo.
Cuando nos subimos a la barca
para la excursión estábamos rebosantes de energía positiva. Nuestra primera
parada fue Virgin island, tras unos cuarenta minutos de travesía. Hay que pagar
tasas para pasar un rato allí, en Filipinas hay tasas para todo… En este caso
eran 700PHP por los cuatro… Unos doce euros al cambio de ese instante.
El lugar me pareció precioso. Nos
dedicamos a hacer snorkel en una zona cercana a la playa principal, una larga
extensión de arena blanca frente a una orilla turquesa, con hamacas incluidas
en la tasa y la soledad casi absoluta.
Pasamos una hora en esa parte de
la isla, hasta que decidimos explorar la zona de dive. Íbamos descalzos, no nos imaginábamos que para llegar
pasaríamos por un camino alfombrado de corales. Me corté el pie, varias heridas
que todavía no han acabado de curar, y nos sentimos como faquires. Suerte que
mis hijos iban calzados y fueron en busca de nuestras bambas…
La zona de dive resultó un salto de unos cinco metros al mar desde un precioso
acantilado. Mis hijos no pararon de tirarse al agua ante la atenta mirada de un
vigilante mientras yo conversaba con una filipina afincada en Alemania que
estaba de visita a su tierra.
¡Feliz día! J
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