Primeras horas en Bantayan
¡Buenos días! Ayer fue un día
cargado de emociones y, a pesar de que en un momento voy a seguir relatando mi
maravilloso periplo por Filipinas durante veinte días, quiero compartir con
vosotros los instantes fascinantes y la sensación de tocar el cielo con mis
manos. Os dejo un collage de los puestos alcanzados en las listas, con la ilusión
de haber logrado lo imposible. Ahora queda sonreír y disfrutar de estos
recuerdos.
Nos quedamos en Bantayan… Es la
isla más tranquila de todas a las que fuimos, una donde la serenidad te
envuelve hasta dejarte yermo del estrés, los nervios del interminable viaje,
los problemas cotidianos.
Llegamos tras un trayecto de un
par de horas en coche desde el hotel Harold’s en Cebú, otro de media hora en un
barco de metal muy grande, un ferry donde se transportaban también coches y
camiones llenos de mercancía, y un último en triciclo. Contratamos el transfer
directamente al hotel desde Barcelona para evitar retrasos innecesarios.
En el ferry nos sentamos en la
parte de arriba. Éramos un grupo de europeos muy reducido entre las mil caras
asiáticas. Enfrente teníamos a un australiano llamado Daniel, quien entabló
conversación con una pareja de holandeses jóvenes. El australiano trabaja en
una asociación humanitaria en Bantayan y estuvo contándoles anécdotas y datos
de las islas a los holandeses. Y allí fue donde germinó mi idea para CEDNE,
escuchando a ese Daniel, transformándolo en mi Daniel Tate, dándome cuenta de
qué quería escribir.
Una vez aterrizamos en el AmihanBeach Cabanas, un hotel compuesto por siete cabañas plantadas en la arena,
respiramos el aire del trópico, nos pusimos el bañador y tocamos el agua del
mar por primera vez en el viaje. Fue un baño lleno de emoción, con la sensación
de que por fin teníamos el mundo en nuestras manos.
Comimos tarde, casi tocaban las
cuatro cuando al fin decidimos sentarnos a la mesa del restaurante del hotel a
pedir un plato para llenar nuestros estómagos vacíos.
Después nos dedicamos a deshacer
las maletas, a tomar el sol en las tumbones de cañas de bambú frente a la
orilla y a preparar una excursión para el día siguiente. Contratamos en el
mismo hotel una barca privada para hacer un tour. No era muy caro y podíamos
tener el bote para nosotros solos durante un día, lo que nos decidió a contratarlo.
Esa noche cenamos en un food court cercano al
hotel, en un restaurante con mucha comida local. Lo más curioso es que en
general tienen una carta muy extensa, pero cuando empiezas a pedir te das cuenta
de que la mitad de cosas no están disponibles, así que acabas preguntándoles
qué tienen para servir. Estuvo bien, fue una cena agradable, aunque el calor
pegaba fuerte.
¡Feliz día! J
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