Puerto Rico #PELN (localizaciones)

7:27 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Seguimos en casa, buscando formas de entretenernos y descubriendo cómo la convivencia nos acerca los unos a los otros. Es bonito sentirse acompañado en un momento así, ayuda a pasar las horas sin la sensación de que pueden estar vacías por la falta de libertad.
En momentos como estos no dejo de pensar en los viajes realizados con mi familia durante estos últimos años, en los lugares maravillosos donde hemos pasado unos días perfectos, en las playas paradisíacas, los países del sureste asiático que quizá tarden demasiado en volver a abrirse al turismo…
Soy de buscar el sol, la playa, el silencio de los climas tropicales, el calor, el mar, la arena…


La primera parte de Perdida en la niebla sucede en una playa de Puerto Rico, donde el temperatura siempre es cálida, las olas bañan la arena y el surf es uno de los deportes favoritos de los asiduos.
Ernesto tiene un bar en medio de esa playa, llamado Copacabana. Sobre un entarimado de madera se asientan las mesas y la barra, donde Sussie prepara los combinados a los muchos clientes que acuden por las noches a pasarlo bien, a bailar, a charlar, a disfrutar de la calidez.


Su casa se asienta a pocos metros del Copacabana, con vistas al océano desde ese porche en el que se sientan los dos por las noches a compartir confidencias, un té, una copa, unos minutos de compañía.
Y durante las mañanas practican surf. Ernesto como un experto, Sussie aprendiendo.
Cierro los ojos y me transporto a esa playa donde la Tierra deja de girar, el tiempo se detiene y el olor a salitre se entremezcla con las canciones que bailan los clientes en el calor nocturno.


Casi puedo ver cómo Sussie y Ernesto se van conociendo, enamorándose a fuego lento, al ritmo de esas olas que mecen la orilla. 
Leer o escribir te ofrecen la posibilidad de viajar a cualquier lugar con la imaginación, de sentir los personajes, de imaginarte allí con ellos. En la playa por las mañanas, bajo la sombrilla con un libro, como Sussie. Surcando las olas con tu tabla y una sonrisa, como Ernesto. Por las noches detrás de la barra, como ambos…


Si nos esforzamos, incluso podemos oler ese aroma característico del océano, escuchar las olas entrar sinuosamente en la arena durante las noches silenciosas, palpar los granos sobre las plantas de tus pies, sentir los rayos de sol en tu piel, ser parte del silencio de ese paraíso…


En momentos como este releo trocitos de estas novelas para alejarme por unas horas del encierro y dejar volar mi imaginación para reunirme con mis personajes. A veces incluso los acompaño después de la novela, pensando en qué deben estar haciendo, si seguirán en esa playa de Puerto Rico compartiendo veladas o su vida es otra…
¡Feliz día! 
     

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