El último descenso (la trama 50)
¡Buenos días!
Hoy toca regresar a la rutina con las pilas cargadas, ¿no? ¡Tres días de fiesta
dan mucho de sí! Ya os he colgado el escáner de la página 110 de la revista
Mens Health, donde podréis ver la portada de El Secreto de las Cuartetas junto
a Simon Baker. (Enlace)
Hoy nos toca
seguir un poquito con Los Cofres del Saber. Dejamos a Isaac, Kara, Thanos y
Alysa andando por las montañas para regresar a la civilización. Los chicos
desarrollaron sus dones y consiguieron bloquear la búsqueda de los prigenios.
La llamada del destino les pone en el camino hacia la civilización Cretense.
…Las jornadas
transcurrían sin incidentes, la familia caminaba a buen ritmo por las montañas,
casi en silencio, interiorizando el conato de miedo que les embargaba. Kara
recordaba constantemente el sufrimiento del que escapó tantos años atrás, las
marcas de su cuerpo mostraban la fiereza del látigo, la lujuria de su amo, las
palizas, las quemaduras, los abusos… En el fondo de su alma jamás se deshizo
del miedo y la protección del bosque fue su única aliada a la hora de mitigar
el dolor.
Isaac conocía
los designios del destino, sabía que el futuro de sus hijos estaba en tierras
lejanas. En las imágenes que recibía de los años venideros veía a Thanos y
Alysa embarcados en una nave que surcaba el mar para establecerse en un lugar apartado
de Grecia, en una costa bañada por el Mediterráneo donde engendrarían la
estirpe capacitada para vencer a los prigenios.
Los chicos
susurraban frases entre ellos en un intento de mitigar los nervios que les despertaba
ese camino hacia lo desconocido. Nacieron y crecieron en el bosque, libres, sin
las leyes sociales que sus padres les contaron que imperaban en la
civilización, sin otra compañía que sus padres.
Thanos sabía
que pronto la familia se separaría, que él encontraría una esposa con la que
compartir los años de búsqueda del lugar que le deparaban las estrellas, un
lugar donde el cofre más importante de los cuatro le sería entregado por un guardián
arrepentido, un cofre que en algún momento del futuro significaría el poder de
uno u otro bando.
El chico era
fuerte, musculoso y poseía un gran poder, uno mayor que el de su padre o el de su
hermana. Doblegó la línea del tiempo en muchas ocasiones para vislumbrar los
años venideros y acató con entereza la decisión del destino. Sabía que sus
padres terminarían sus años en la montaña, de vuelta a su hogar. Y que su
hermana y él emprenderían una aventura que les descubriría el amor, la maldad y
la lucha entre los humanos.
La mente de
Alysa transitaba por mundos desconocidos. El miedo a lo que le deparaba la
ciudad que se veía a lo lejos le cortaba la respiración. Las marcas en la piel
de su madre le revelaron la crueldad que imperaba en algunos hombres, las palabras
de su abuelo cuando le contaba historias al amparo de las estrellas se
revelaron como pequeños resuellos roncos.
Se acercaban
a una de las urbes principales del imperio cretense. Los cuatro se apostaron
sobre una loma de la montaña para observar de cerca su primera parada, una
ciudad construida con muchas columnas que le daban majestuosidad.
Encendieron
una hoguera para pasar las últimas horas de soledad en un claro cercano a un
arroyo de agua cristalina. Traían un hatillo con los ropajes que la familia de
Kara guardó en el momento de su huida, eran una colección de trajes griegos de
buena calidad que la propia Kara substrajo de la alcoba de su ama.
Las aguas del
río estaban heladas. Se bañaron con gritos eufóricos, chapoteando, jugando,
lanzándose gotas de agua los unos a los otros. Cuando sus cuerpos se secaron al
cobijo de la hoguera cada uno de ellos se vistió con el traje que Kara preparó
antes de salir del bosque. Las sandalias de cuero les molestaron cuando
iniciaron el último descenso. En el claro dejaron los últimos vestigios de su
pasado y se adentraron en el futuro…
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