¡Y hoy la dualidad! ¡Estoy filosófica!
¡Buenos días! La desconexión en La Cerdaña es
total. No tengo Internet en casa y
encima la barra espaciadora de mi portátil no funciona demasiado bien,
así que mis horas frente al ordenador se diluyen en una paz inmensa que me
ayuda a relajarme y cargar las baterías para afrontar una nueva semana.
Y sí, cuando me siento en mi sillón, acompañada del
silencio de la mañana, las reflexiones me invaden de manera intensa y permiten que mi mente se pierda en los recovecos de los
recuerdos, las sensaciones, los anhelos y
las realidades…
Un tema fijo en mis novelas es la lucha por el
poder, las acciones que las personas son capaces de realizar para conseguir
unas metas llenas de ambición, la capacidad de algunos de pisotear al prójimo
para alcanzar la fama, el poder y la fortuna.
Siempre me ha interesado la coexistencia del bien
y el mal, esa dualidad que impera en los seres humanos y que según el momento,
las circunstancias o la propia personalidad, decanta la balanza. Y hoy me he
levantado un poco filosófica, con deseos de compartir con vosotros unos cuantos
pensamientos.
Vivimos en una sociedad consumista, egoísta y
repleta de gente sin palabra. Pocos le conceden importancia a asumir un
compromiso y cumplirlo, porque es mejor pensar en el propio beneficio que en el
ajeno. Gran parte del problema proviene de la educación recibida: el cambio del
autoritarismo por el “colegismo” que desemboca en la ausencia absoluta de
límites a los niños para avivar una relación de amistad engañosa que se
convierte en la subyugación a los caprichos de unos hijos malcriados.
Así, ya no
se respeta a nada ni a nadie. Lo único que mueve la sociedad es el dinero y el
poder. Se permite todo: jugar con las esperanzas ajenas, pisar los esfuerzos de
los compañeros, adjudicarse méritos robados, prometer la luna para mantener a
alguien atado por si acaso algún día es necesario. Y todo ello se convierte en
papel mojado cuando llega el momento de cumplir las expectativas creadas, unas
expectativas que se desmoronan como un castillo de naipes. La nada engulle las
ilusiones, se traga por completo los sueños de los débiles, porque llamamos
débiles a las personas que juegan limpio en un mundo invadido por los
tiburones.
Se ha perdido de vista algo tan fundamental como
el altruismo. A cambio, se han ensalzado los valores equivocados de luchar con
malas artes para conseguir unas metas vacías, porque el que llega arriba lo
hace, en muchas ocasiones, a costa de las ilusiones de otros. Y en la cima no
le quedan amigos, tan sólo carroñeros al acecho de un resbalón para lanzarse
encima de la presa.
A pesar de las desilusiones, las promesas rotas y
los sueños quebrados por incumplimiento de otros, últimamente he encontrado a
maravillosas personas que tienen palabra, que luchan por sobresalir por méritos
propios, que prometen las realidades y que no crean falsas esperanzas. Y sólo
gracias a las redes sociales y a la escritura diaria de este blog he llegado al
alma de gente fabulosa. Incluso he descubierto que hay algunos conocidos con
buen corazón que se ofrecen a ayudar a cambio de nada. ¡Así que me siento
feliz, dichosa y agradecida!
Si todos nos dejamos arrastrar por la corriente
negativa que impera en la sociedad acabaremos perdiendo lo único que nos
mantiene fieles a nuestras esperanzas, a nuestros a sueños y a nuestra forma de ser.
Con estas palabras sólo pretendo dar una vuelta de
tuerca a algunas de las realidades que nos envuelven, pero también quiero abrir
una ventana a la esperanza, una que me ayuda a ver la parte positiva en cada persona a la que me acerco
en la vida, a explorar la idea de que todos tenemos buenos sentimientos y buenas
intenciones, a confiar ciegamente en los demás a pesar de que sus actos no
merezcan esa confianza.
Por suerte, cuando camino por el puente que une mi
mundo paralelo con el real y puedo dar vida a mis personajes en un papel, la
lucha entre el bien y el mal está en mis manos y puedo dotar de fuerza cada uno
de los polos opuestos que conviven entre nosotros y delimitar hasta donde llega
la maldad de unos y la bondad de otros.
Y, lo mejor de todo, ¡el final de la novela está
en mis manos! ¿Vence el bien, el mal o ninguno?
¡Feliz día!
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