¡Compuesta y sin zapatos!
¡Buenos días! Los lunes me cuesta un montón levantarme de la cama…
Suerte que cada semana le pongo un poquito más de empeño para que no me afecte
regresar a la rutina. ¡Por suerte tengo un lugar donde ir!
Hoy me he despertado guerrera, tras un fin de semana con salida
fuera de Barcelona anulada en el último momento y un domingo de baile y
búsqueda de un hotel para un tramo del viaje de verano, quiero compartir con
vosotros algo que me puso de mal humor. Hoy la entrada rezuma frivolidad,
¡aviso!
Quizás el hecho de haberme pasado quince años de cara al público
en las tiendas de mi familia me hace más receptiva a algunas situaciones, porque
tengo claro que yo jamás actuaría de una manera similar.
Llevaba un tiempo pasando frente a una tienda en la calle Santaló
de Barcelona que me llamaba la atención, tanto por su escaparate como por su
decoración. El sábado por la mañana, tras saber que no íbamos a salir de
Barcelona, le propuse a mi marido que fuéramos a verla.
El nombre es atractivo, Soap Bubble (burbuja de jabón), la ropa tiene
un precio que oscila entre los quince y los treinta euros, está bien elegida,
comprende diversos tramos de edad sin perder su estilo y es atractiva. Entré
contentísima, dispuesta a renovar mi vestuario y salí del probador con un
vestido, dos jerséis y dos camisetas que pagué convencida.
La dependienta me animó a probarme unos zapatos de plataforma, ya
sé que hace tiempo el doctor me aconsejó que me bajara de los tacones, pero me
gustan tanto… Me los probé y resulta que eran una talla más pequeña. La señora
que me atendía me los buscó en el almacén y me dijo que por la tarde los
tendría.
Para evitar problemas a las cuatro y media estaba ahí con mi hija,
a ella también le gustó la ropa y salió de la tienda con dos camisetas y un
vestido. De mis zapatos no había ni rastro. La chica que atendía a esa hora no
era la misma que por la mañana, así que no sabía muy bien de qué le hablaba. Me
dijo que el chico solía ir más tarde…
En fin, que pagué la ropa de mi hija, llegó la otra dependienta y
me dijo que el chico llegaría sobre las cinco y media o las seis, que para ella
la tarde era muy larga. Yo quería ir al cine así que le pregunté si podía
volver hoy por la tarde. Realmente tenía interés en esos zapatos y me había
gastado un dinero en la tienda. Ella respondió que ningún problema, que el
lunes los tendría guardadas.
Cuando terminó la película todavía tenía tiempo de ir a por mis
zapatos, así que fui con mi marido en la moto. Y mi gozo en un pozo. Me dieron
un par de excusas no creíbles, con nervios intensos y caras desconcertadas. En
plan: «no sé de qué zapatos me hablas, ¡viene tanta gente!». Miraron en el
ordenador para averiguar si habían otros de mi talla y al final me pusieron la
peor de las excusas: «se han equivocado, me iban a traer un treinta y nueve, lo
siento».
Conclusión: ¡vendieron mis zapatos a otra clienta! Me gustaba esa
tienda, pensaba regresar, pero visto el panorama me parece que ni mi hija ni yo
volveremos. Y es una pena, porque me gustaba. Pero no se trata únicamente de
que si se comprometen a guardar unos zapatos deberían cumplir, es la manera en
la que intentaron despistar cuando me vieron llegar.
Son demasiados años haciendo su trabajo como para no leer en sus
caras. Aunque la parte positiva es que no me gasté el dinero y que quizás esos
zapatos no eran para mí.
¡Feliz día! J
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