Trabajar cara al público
¡Buenos días! Hace una mañana horrible, las nubes amenazan con
encapotar el cielo de manera permanente y se palpa humedad en el ambiente, como
si de un momento a otro fuera a caer una lluvia intensa. No me gustan estos
días, me apagan y me ponen triste y melancólica.
Ayer me permití una frivolidad, una de tantas de las que cada día
nos asaltan por la calle. No suelo dejarme influenciar por estas cosas ni me
lanzo de cabeza a compartir con vosotros las causas de mis emociones, pero hay
momentos en los que solo te queda el derecho al pataleo.
Supongo que mi afición por las compras de ropa, zapatos y bolsos
viene impuesta por los años de trabajo cara al público en las tiendas que tenía
mi familia. Era un empleo que me gustaba, lo compaginaba con las tareas
administrativas, fiscales, financieras y contables de la empresa, de manera que
mis horarios de tienda se reducían a las mañanas.
Fue una época agradable, el trato con las señoras solía ser
cercano y, salvo excepciones, me aportaba mucho. Prepararles los conjuntos,
cuidando hasta el último detalle, pensar cuál era el estilo apropiado para cada
una, darles la mejor opción para resaltar sus cualidades formaba parte de una
jornada entretenida y creativa.
Tengo clarísimo cómo es ese trabajo, recuerdo el funcionamiento
interno de una tienda, la manera en la que se deben tratar a las clientas para
fidelizarlas y cuándo una de ellas tiene pinta de regresar, por eso me molestó
tanto su manera de actuar, porque yo solía priorizar la atención a las
personas, ser lo más amable posible e intentar que quedaran contentas.
Es cierto que muchas veces las apariencias engañan, que en algunos
momentos entraba una señora por la que no apostarías nada y acababa pagando una
fortuna, y al revés. Por eso aprendí que lo más importante era no prejuzgar y
darles a todas el mismo trato, nunca se sabe qué sucederá y cualquier venta es
importante.
Aprendí muchísimo en ese periodo de mi vida, fueron quince años
cara al público, con momentos difíciles y otros más tranquilos. Cuando empecé
necesitaba el baño de humildad que concede este tipo de trabajo. Una de las lecciones
más interesantes fue descubrir el efecto de la amabilidad en las personas
malhumoradas. Si alguien te habla mal hay que ser más agradable de lo normal,
al final le dan la vuelta a su estado de ánimo y les arrancas una sonrisa.
¡Feliz día! J
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