Llegó el sábado...

8:08 Pat Casalà 2 Comments


¡Buenos días! Preciosa mañana primaveral para dedicarla al descanso, a las actividades programadas, a tomar el sol, a la familia… ¡Hay mil ideas para disfrutar de este genial sábado!
Mi plan es sencillo: ir con mi hermana a la clase de comida japonesa, aprender el máximo para ponerla en práctica cuanto antes en casa, ir de compras por la tarde y escribir lo máximo que me permitan las horas.
Me encanta la tranquilidad y el sosiego de las mañanas solitarias, cuando la casa duerme y el silencio acompaña el sonido de las teclas. Es como si respirara una paz que me cuesta encontrar durante las ajetreadas jornadas cargadas hasta el tope de obligaciones.
Es precioso ver las hojas empujadas por el viento en mi terraza, de un color verde intenso, acariciadas por las aspas de un sol que luce impávido en el cielo sereno. Escucho el piar de un pájaro indefinido, luego regresa el silencio plácido de la mañana.
Ya pasó, el deseo momentáneo de recibir noticias se atenúa con la llegada del fin de semana. Sé que durante dos días no hay actividad laboral ni posibilidad de que llegue un email. Lo mejor de la situación es que poco a poco comprendo que la vida es un cúmulo de momentos que no hay que desperdiciar. Así que me prometo a mí misma que el lunes no esperaré.
Durante la escritura de LMR me doy cuenta de los cambios que experimenté en mi juventud, de los momentos clave en mi historia que han conformado un presente estructurado, medido y encuadrado en un esquema de fácil manejo.
A veces, cuando analizo el pasado y me descubro en una coraza tan distinta a la actual, siento nostalgia o vergüenza o sencillamente no me reconozco. ¿Realmente aquella jovencita alocada era yo? Ponerse en la piel de una adolescente rememora nuestros actos.
Mi hijo mayor tiene ahora quince años, ¡ufffffff! ¡Qué recuerdos de esa edad! No me gustaría volver a ese momento de mi vida, la verdad. Quizás me quedaría con los veinte o los veintiuno… Pero yo a los quince no volvería ni borracha.
Parece mentira cómo nuestra mente es capaz de olvidar los sentimientos y las contradicciones de la adolescencia. Ahora, cuando mi hijo actúa de una manera que me recuerda a mí misma a su edad, me cuesta creer que seamos tan iguales y que yo pudiera pensar así.
No volvería a la adolescencia, pero guardo buenos momentos en mi memoria. Aunque debo admitir que fue una época convulsa…
Mi hermana me espera para cocinar comida japonesa… ¡Qué nervios!
¡Feliz día! J

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