Luz y color
¡Buenos días! Hay luz en mi corazón y las
estrellas parpadean en un universo despejado que por fin me deja ver la luna. Sonrío
como una tonta, con mil cosas en la cabeza, incapaz de escribir con coherencia
ni de centrarme en algo sin conmemorar cada uno de los giros inesperados de mi
vida este último mes.
Recuerdo mis años de inseguridades, de miedo a saltar
sola al vacío, de sensaciones intensas que me llevaban a quedarme quieta en un
rincón a la espera de aprender a escribir, de hacer una obra redonda, de
entusiasmar a un editor gracias a la gestión de mi agente literaria.
Fueron años de emociones encontradas, de
ansiedades, de ilusiones que al cabo de pocos días se desvanecían como un castillo
de naipes suspendido en el cielo, de esperanzas rotas por esperas interminables
donde mis e-mails se perdían en el ciberespacio y los meses sumaban sin respuestas
ni noticias importantes.
Aquella imagen idílica e inocente que tenía al
principio fue desaguándose por una alcantarilla hasta llegar a un mar de
angustias que se ocuparon de dejarme hastiada y cansada de esperar un
imposible.
La parte positiva de esa época fue que no dejé de
escribir ni de leer ni de entusiasmarme con cada novela. Las charlas a la vera
de una comida conseguían guiar algunos de mis pasos y me daban pistas importantes
para enderezar pequeños escollos en mi técnica. Sin embargo vivía en medio de
un torbellino de ansiedad, donde cada paso costaba gotas y sudor.
Hubo instantes en los que estuve a punto de cortar
las cadenas, de volar sola, pero me aterraba no encontrar nunca más a alguien
que creyera en mis historias. Esos casi diez años de esperas infructuosas me
dejaron un pozo de desazón y falta de confianza en mí.
Pero un día me quedé sola, las cadenas cedieron al
paso del tiempo, al óxido, a la falta de engranaje y me soltaron en un mundo de
fieras salvajes. Tardé unos días en vencer el vértigo en el estómago, en
caminar sin sentir bocas hambrientas a punto de devorar mis ilusiones. Y empecé
a escribir romántica, a descubrir la emoción de trazar las aventuras de mis
personajes sin esperar las críticas ni los lectores ni la respuesta de
editoriales a las que no les mandaba mis manuscritos.
Dejé de esperar, de sentir que la culminación de
mis desvelos con la escritura era llegar a una librería, de soñar en
imposibles. Mi grupo de betas me bastaba para sonreír, la conexión con los protagonistas
era una fuente inagotable de suspiros y alegrías. Crear era el medicamento a la
frustración.
Hace pocos meses decidí dar el salto de nuevo,
volver a mandar los manuscritos a editoriales con una manera distinta de ver la
situación, sin esperanzas, pero con tesón. Y llegó el primer sí. Fue una
explosión de alegría, una sensación increíble de la que todavía no me he
deshecho.
En el último mes han llegado cuatro nuevos síes,
uno de ellos gracias a enviar mi primera romántica adulta a un concurso del que
no esperaba nada. Me cuesta creérmelo, lloro al pensar en ello y siento unas
cosquillas intensas en el estómago al imaginar el futuro.
Ayer compartí esta alegría con mi antigua agente.
Necesitaba decírselo, aunque el tiempo nos haya separado y la vida de ambas
tenga una dirección opuesta. Es bonito acordarse de quien ha recorrido parte
del camino conmigo, sin olvidar nunca los buenos momentos. Porque de una situación
adversa siempre queda algo maravilloso que nunca se olvida.
¡Feliz día! J
0 comentarios: