Ruta romántica Chiqui-Pat
¡Buenos días! Llovizna, el día es húmedo y oscuro, con tintes
de no abrirse durante las próximas horas. Escucho Secret love song, en la versión de Little Mix y Jason Derulo. La
pongo en bucle para descubrir cada una de sus notas y transportarme al mundo de
Julia y Zack, a cada uno de los giros de su historia para seguir con la
corrección en mis horas libres y no perderme ni una coma de sus emociones. Los
deseos de compartir esta maravillosa trilogía con vosotros me asaltan a cada
segundo.
El domingo en Palma reviví mi historia de amor y fue
increíble. Conocí a mi marido hace veinticinco años, seis meses y seis días, el
diecinueve de abril de 1991 (¡año capicúa!!!) en una terraza de Palma de Mallorca,
ciudad donde yo estudiaba mi primer año de carrera universitaria.
No había vuelto a la capital mallorquina desde junio de 1993,
año en el que me trasladé a acabar mis estudios a Barcelona, y los lugares
especiales para los dos pasaron a formar parte de mi baúl de los recuerdos.
El domingo por la mañana nos vino a buscar a Mara y a mí al
hotel una antigua compañera del despacho para llevarnos a Valldemosa y
explicarnos un poco acerca de qué ha sido de ella estos últimos nueve meses en
Mallorca. Pasamos una mañana muy agradable paseando por un precioso pueblo
adoquinado.
Laura nos dejó a las dos en la Plaza España y la nostalgia se
apoderó de mí al recordar mis mañanas corriendo hacia la parada de autobús de
esa plaza desde mi casa, a pocos metros de ahí. Vi la cabina de teléfono desde
la que hablaba con mi madre. Recordé algunas tardes en la terraza del bar
Cristal con Miamar, charlando de nuestras cosas, mi camino hacia la academia
cerca de mi casa, los paseos por esta ciudad que me enamora…
El restaurante que Laura nos aconsejó para comer estaba
cerrado y me dije: «¡esta es la mía». Le propuse a Mara ir a comer un pan de
langosta mallorquín al bar Bosch, debajo de la avenida Jaume III. Esa terraza
significa mucho para mí porque fue el escenario idóneo para conocer al que hoy
es mi marido.
Solo llegar le hice una foto del letrero y se la mandé
emocionada, con los recuerdos a flor de piel. Me pedí lo mismo que antaño, como
si las manecillas del reloj giraran hacia atrás para llevarme a aquel momento
en el que mi corazón empezó a latir desenfrenado. Una hora después llamé a mi
madre desde la cabina y sentencié: «acabo de conocer al hombre con el que me
casaré».
Cuando terminamos de comer le sugerí a mi amiga seguir con la
ruta romántica Chiqui-Pat y me la llevé por el barrio antiguo a nuestro lugar
predilecto para pasar las tardes, Can Joan de S’aigo. Al entrar me invadió la
nostalgia y de poco se me caen unas lágrimas al sentarme a una mesa y encargar
mi merienda favorita: un cuarto con helado de almendra.
Fue una experiencia inolvidable.
¡Feliz día! J
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