Afrontar la muerte de un ser querido
¡Buenos días! Ayer volví a la realidad de la oficina, con mil
fletes que terminar y alargando las horas como si fueran chicle para meter todas
y cada una de mis obligaciones sin dejarme nada. Por la tarde, en mis horas de
escritura, estuve muy espesa y apenas logré avanzar. La verdad es que publicar
tanto, estar expuesta a opiniones y contar con mil mensajes de lectoras me hace
sentir en un tiovivo de emociones que de un momento a otro me va a acabar
mareando.
Me viene a la cabeza esa canción llamada Yo soy rebelde, pero cambiándole el rebelde por voluble. Y es que
voy de un lado a otro como una peonza, me emociono cuando descubro que una de
mis historias ha llegado al alma de un lector y me duele cuando no lo ha
logrado. Supongo que me falta madurar en este aspecto y rebajar mis
sentimientos, aunque entonces quizás ya no sería yo.
Ayer por la noche vi un episodio de una de las series que
sigo. No os voy a dar nombres para no hacer spoilers. Mientras veía cómo
avanzaba me sentía trasportada al principio de CDTEAT, con Julia en el entierro
de su madre. Una de las hijas de la fallecida tiene su misma edad, es rubia y
cantante… ¡Incluso estuvo en la barandilla de la terraza con su novio un
momento!
Mientras veía cómo avanzaba el capítulo descubrí que había
muchos paralelismos con el principio de mi historia y me di cuenta una vez más
de que la manera en la que cada uno afrontamos la muerte es muy diferente. En
mi familia nos hemos enfrentado a tres fallecimientos muy dolorosos en el
período de dos años: mi cuñado de treinta y dos años, mi suegro y mi cuñada. El
primero fue traumático porque mi hermana no se lo esperaba, el segundo tras una
larga enfermedad y el tercero por culpa del temido cáncer.
¿Y cómo funciona el
dolor en estos casos? Es tan diferente para cada uno de los afectados… Mi
hermana fue una roca, consiguió salir adelante con fuerza y coraje, no dejó que
la pena le impidiera seguir con su vida y poco a poco remontó. Al día siguiente
del entierro fue a trabajar, hizo un montón de nuevas amistades para no
quedarse en casa y consiguió volver a sonreír, aunque el dolor la desgarrara en
muchos momentos.
Mi marido todavía recuerda a mi suegro. Muchas veces habla de
él y la pena de perder a un padre dice que nunca se supera, pero también
continuó con su vida, con su trabajo, con una sonrisa cuando era necesario. A
mí me dolió, acababa de salir de una operación de rodilla, no podía andar y no
era mi mejor momento, pero intenté distraerme con algunas actividades extra y
el día después del entierro fui capaz de sacar mi primera novela autopublicada
con emoción.
Decir que el recuerdo de la muerte de mi cuñada es doloroso se
queda corto. Dejó atrás tres hijos, un marido y una vida llena de buenas obras.
Cuando nos llamaron a las tres de la madrugada fue un golpe y más cuando fuimos
a contárselo a sus hijos a primera hora de la mañana. Lloros, dolor, tristeza…
Fue un día lleno de desconsuelo… La enterramos el día del cumpleaños de uno de
sus hijos, el mediano, que cumplía catorce. Al día siguiente fueron al colegio
los tres, sonrieron en algunos momentos, lloraron en otros y consiguieron
buscar algunas actividades que les distrajeran del dolor.
No es lo mismo pensar en cómo nos enfrentaríamos a una muerte
que vivirla…
Ayer salió una preciosa reseña de Rumbo a ninguna parte en el blog Libros, historias y yo (enlace). Es bonito leer una opinión así
porque ayuda a mi volubilidad a sonreír.
¡Feliz día! J
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