Incumplir las promesas
¡Buenos días! Hoy hace fresco,
la mañana parece más oscura de lo normal y yo me despierto otra vez sin ganas
de coger la moto e irme al despacho. Sin embargo soy una persona excesivamente
cumplidora, de aquellas que contesta llamadas laborales a cualquier hora y que
suele comprometerse con los demás.
Últimamente me enfrento a
muchas circunstancias donde la gente incumple con los compromisos adquiridos. Y
sí, me siento mal, para qué negarlo… Mi manera de ser me impulsa a no faltar
nunca a mi palabra, aunque eso signifique robarle tiempo a otras cosas.
Debería encuadrar la vida donde
realmente se merece, no esperar demasiado de la gente que me rodea y caminar
hacia el horizonte libre de responsabilidades, dejándome llevar por la
corriente. Pero yo no soy así. No me gusta dejar plantado a un amigo ni que la
bandeja de entrada se llene a rebosar de emails sin contestar ni que alguien me
pida un favor y, si está en mi mano, no se lo conceda.
Por eso me duele tanto la
ausencia total de colaboración por parte ajena. Es más fácil decir no que
prometer la luna si te ves incapaz de alcanzarla. Hace años os hablaba de la
ansiedad inherente a la incertidumbre y la dificultad de enfrentarse a un sí
condicionado.
Prefiero una negativa firme a
una promesa rota. Entiendo que a veces las circunstancias puedan debilitar
nuestra capacidad de actuación, pero entonces agradezco una llamada, un
escrito, un mensaje en el que se me explique que no va a poder ser. Eso siempre
lo comprendo.
Sin embargo las cosas suelen ir
por otros derroteros…
En fin, hay que adaptarse a la
realidad, aprender a no esperar y, sobretodo, no cambiar, no dejarse influenciar por esa
manera de actuar y ser fiel a una misma. Es la mejor manera de ser feliz.
Con el tiempo he aprendido a
modificar mis hábitos, a ver más allá de las promesas y cada vez me duele menos
que se incumplan. Aunque para ser sincera debo admitir que todavía queda ese
resquicio de dolor cada vez que me enfrento a una falta.
Ayer regresé a las páginas de Perdida en la Niebla para sumergirme en
el mundo de Sussie y de Ernesto. Puede funcionar, la novela tiene gancho y me
gusta, a ver si una editorial comparte esa percepción. Y si no, siempre me
queda Amazon…
Tomé un zumo con mi querida
Senda, sentadas en una terraza mientras anochecía, acompañadas por la
temperatura inusualmente cálida. Ella comprobaba sus notas en el Kindle
mientras yo corregía DUO en mi Mac. Estas pequeñas cosas me devuelven la
sonrisa. Igual que chatear con mi amiga Mabel o charlar con Mercè por teléfono
o ir a visitar a Dolors a su casa el viernes por la tarde.
¡Feliz día! J
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