Mis inicios, mis ilusiones, mis metas imposibles
¡Buenos días! Parece que la vida tiene siempre
sorpresas agradables a la vuelta de la esquina y mi sonrisa consigue
ensancharse con emoción. Es bonito estar acompañada de gente maravillosa, tener
buenos momentos y compartir con los míos cada avance.
Hace muchos años, cuando era una niña, soñaba con
un futuro de cuento de hadas. Quería una boda de ensueño muy pronto, tener
primero un niño y después una niña de joven, convertirme en escritora,
encontrar a una cazatalentos que me descubriera, publicar por todo lo alto y
acabar en Hollywood para convertir alguna de mis novelas en una película.
El destino consiguió otorgarme la primera parte.
Conocí a mi marido cuando tenía dieciocho años, aquel día supe sin lugar a
dudas que era él. Llamé a mi madre desde una cabina (sí, todavía no existían
los móviles y yo estaba en Mallorca. ¿Os acordáis de las cabinas?) y le dije: «acabo
de conocer al hombre con el que me casaré».
Lo hice solo cinco años después, con la gran
emoción de alcanzar mi primer objetivo. Al cabo de dos años vino Àlex y casi
tres años después Irene. Había logrado la primera parte de mis metas sin casi
desmelenarme, me faltaba la más difícil, una a la que había renunciado hacía
años.
Soy disléxica. De niña era incapaz de escribir
bien. Hacía faltas, tenía dificultades para construir buenas estructuras gramaticales
y nadie apostaba por mi capacidad de convertirme en escritora. En tercero de
BUP mi profesora me dijo que jamás escribiría bien ni una redacción sin tener a
una secretaria al lado.
Ese San Juan quemé todos mis cuadernos llenos de
poemas, escritos, ideas y esquemas para novelas que nunca escribiría. Estaban
llenos de faltas de ortografía, pero contenían las pistas para afianzar mi
imaginación narrando. Decidí entonces dedicarme a los números, como mínimo era
buena en eso y no tendría dificultades para entenderme con ese mundo.
Pero a los treinta años, con dos hijos, una vida
laboral resuelta y la mayoría de mis ilusiones cumplidas me di cuenta de que necesitaba
escribir, alcanzar esa parte de mis deseos, ser capaz de novelar mis ideas. Me
pasé un año estudiando normas ortográficas, me daba pánico cometer errores al
escribir, pero un día me senté frente al ordenador y empecé con La Luna de Ónixon.
Fue una explosión de sensaciones en mi interior,
un sinfín de instantes apoteósicos que iban llevándome por la estela de mis
ilusiones. Pensaba que sería fácil, que al terminar entraría en Planeta con la
novela bajo el brazo y ese Sant Jordi arrasaría en las librerías. Era una
ilusa, una idealista que todavía creía en quimeras imposibles.
Mañana más…
¡Feliz día! J
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