De Malapascua a Malboal
¡Buenos días! A veces cuando doy
uno de esos saltos al vacío que dan vértigo siento un regusto inquieto mientras
los realizo. Tengo un nudo en el estómago que me oprime llenándome el cuerpo de
ansiedad. Las orejas parece que se me elevan al techo y respiro con
aceleración, con jadeos roncos. Me cuesta un rato largo calmarme después, pero
sé que mientras saltaba también sentía las cosquillas de la esperanza
acompañándome.
Me apetece muchísimo volver a
Malapascua, desayunando mientras me daban mi libreta de buceo con un papel que
acreditaba las inmersiones y el examen, a la espera de dos últimas bajadas para
sacarme el título.
Y volvimos al hotel para acabar
de cerrar el equipaje, pagar en recepción y salir rumbo a Cebú. Teníamos un
larguísimo viaje por delante, ya que una vez en la isla debíamos recorrerla
casi entera en coche para llegar a Malboal.
Nos subimos a un barco enrome
solo para nosotros, con las maletas y las ilusiones intactas. Navegamos durante
tres cuartos de hora hasta divisar la costa de Cebú. Como siempre mis horas
libres las dediqué a leer.
El puerto era un malecón con
rocas que se adentraba en la bahía. Nos bajamos y pagamos a unos porteadores
para llevar las maletas hasta la estación situada tras un camino de arena a lo
largo del desembarcadero. Allí esperamos la aparición de un coche que habíamos
contratado por Internet. Fue increíble ver cómo los chicos de una tienda (un
barracón lleno de productos) empezaron a cantar y a bailar el Despacito. ¡Desde luego Luis Fonsi
triunfa en Filipinas!
Y nos subimos al coche con deseos
de atravesar la isla para llegar a nuestro destino final. Malboal. Un lugar
precioso, con uno de los mejores fondos marinos del viaje, las kawasan falls,
una excursión preciosa de barranquismo, un pueblo frente al mar y un hotel de
ensueño, el Dolphin house.
Tardamos más de cuatro horas en
atravesar la isla. Por suerte la van donde íbamos era cómoda, tenía un buen
aire acondicionado y el conductor sabía llevarla perfecto.
Nos paramos en un MacDonald’s en
el camino a comer. Es de los únicos que vimos, ya que en las islas pequeñas no
hay establecimientos de comida rápida.
Al fin llegamos a la zona de
Malboal. Como no, para entrar abonamos la tasa correspondiente… El hotel era
precioso, con una piscina idílica, unas vistas alucinantes al mar y una
tranquilidad que rompimos con nuestra aparatosa llegada. Y es que a veces somos
un poquito ruidosos… Sobre todo cuando se nos pierde una llave de la habitación
y somos incapaces de encontrarla.
Nos bañamos en la piscina,
charlamos un segundo con unos catalanes a los que les molestó un poquito
nuestra ruidosa aparición y contratamos un triciclo para ir al pueblo. Tenía
una dirección de un centro de buceo al que quería ir, estaba decidida a sacarme
el título…
¡Feliz día! J
0 comentarios: