Segundo día de buceo (Malapascua)
¡Buenos días! Gracias por la
acogida de No puedo vivir sin ti que
ayer llegó hasta el puesto ochenta de los más vendidos de Amazon. Terminar mi
primera trilogía fue un cúmulo de emociones encontradas porque significaba
dejar marchar a los personajes. Después escribí tres novelas más de la serie
para no desligarme del todo de ellos y estos meses de correcciones, revisiones
y galeradas todavía los he sentido muy próximos. Ahora os los cedo para que los
acompañéis hasta el final de su aventura. Espero de corazón que os guste.
Ayer nos quedamos a punto de mi
segunda inmersión en las aguas de Malapascua, acompañada de mi familia y de Joan,
nuestro instructor.
El barco nos volvió a dejar en la
orilla tras escuchar las indicaciones de Joan. Nos pusimos el equipo y nadamos
un poco hasta que la profundidad llegó a los ocho metros. Allí levantamos la
tráquea, nos pusimos la máscara y las gafas y empezamos a descender mientras el
chaleco se deshinchaba.
Tenía un poco de aprensión, pero
bajé. Mi problema fueron los oídos. Tuve que subir un par de veces porque no
había ecualizado bien y sentía un dolor punzante. A la tercera vez logré bajar
y entonces un maravilloso mundo se abrió ante mis ojos. Corales, arena, algunos
peces… Podía respirar, nadaba bien y estaba preparada para descubrir el universo
submarino.
Los ejercicios los hicimos de
rodillas en una zona donde había arena. Uno de los más difíciles para mí fue
quitarme las gafas y aguantar un minuto sin ellas porque no veía y me sentía un
poco desamparada. Pero los saqué todos adelante con la emoción del momento.
Después nadamos un poco viendo el
fondo. Entre los corales descubrimos un caballito de mar. Son muy difíciles de
ver y nos emocionó muchísimo. Disparamos miles de fotos mientras avanzábamos
con los ojos muy abiertos. El miedo remitió por completo, aunque tenía las
gafas muy enteladas y solo veía por un ojo. El espectáculo valía la pena.
Sin dejar de vigilar el barómetro
para no pasarnos de aire consumido, haciéndole las señas al instructor cuando
nos lo pedía para decirle la cantidad que nos quedaba, llegamos al final de la
inmersión. Joan izó la boya y nos dio instrucciones para subir.
Al llegar arriba inflé el chaleco
con emoción. ¡Lo había conseguido!
La barca nos recogió y nos llevó
de vuelta. Una vez en la orilla vino la peor parte… Volver a cargar las
botellas a la espalda por la arena hasta llegar al centro de buceo. Allí Joan
nos explicó cómo limpiar los trajes y los equipos.
Llegamos al hotel a las cuatro y
media. Nos pegamos una larga ducha para destensar los músculos antes de
estirarnos un ratito en la cama a relajarnos.
Por la noche fuimos al Hippocampus
Beach Resort a cenar porque Joan nos dijo que esa noche habría música en
directo y que él tocaría la batería. Estuvo bien, pasamos un ratito con los
españoles que tenían cursos o salidas de buceo y nos fuimos a la cama felices,
exhaustos y emocionados.
¡Feliz día! J
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