Novelas románticas
¡Buenos
días! Ayer por la noche lloré como una magdalena mirando El Diario de Noa con mi hija. Al terminar suspiré, ¿por qué no soy
capaz de escribir algo así? Romántico, bonito, con momentos mágicos…
Este
tipo de películas me recuerda a mi adolescencia, cuando cerraba los ojos y descubría
el príncipe azul del que me enamoraba perdidamente. Era una aficionada a la
lectura de novelas románticas de la Inglaterra de la época victoriana, las
devoraba una tras otra y sentía las emociones como propias.
¡Qué
tiempos aquellos! Soñaba con un mundo donde el amor triunfaba sobre todas las
cosas, donde valía la pena luchar hasta la última gota de sudor para conservar
al hombre por el que suspiraba tu corazón…
Visto
ahora pienso que aquellas novelas eran como los culebrones de hoy en día, con
un amor sin límites que sobrevivía a mil catástrofes. Era mágico, las páginas
las devoraba a mil por hora, con la necesidad acuciante de saber qué le pasaba
a la protagonista, cuándo podría la pareja al fin estar junta.
Me
encantaba recrear las escenas de amor en mi mente una y otra vez, le usurpaba
el sitio a la protagonista y me convertía en ella durante unos minutos. Sentía
su amor, su pasión, el vello del cuerpo erizarse… ¡Era una experiencia genial!
Luego
preparaba las tazas de té en la cocina, ponía un mantel de puntas de los que
tejía mi abuela, llenaba las tazas de coca-cola, servía unas galletas como si
fueran pastas de té e imitaba a los antiguos ingleses. ¡Me lo pasaba en grande!
Era
la manera en la que vivía mis aventuras, disfrutaba ideando momentos, sintiendo
instantes, bebiendo ideas de otros lugares. Era como mi mundo particular, el
lugar donde se escondían mis sueños y mis ilusiones.
Pensaba
que un día yo escribiría ese tipo de historias y haría llorar a muchos
lectores. Quería crear tramas cargadas de amor, de necesidad, de pasión.
Suspiraba por recrear esas emociones ñoñas que me desarmaban con miles de
lágrimas.
Los
años pasaron entre lecturas y ensoñaciones, aunque también viví mis propias
experiencias. Las hubo de todos los colores, con más o menos matices y algunas
más emocionantes que otras. Pero la idea de escribir perduraba dentro de mí. Yo
quería despertar emociones en otras personas, igual que las novelas las
desataban en mi interior.
Cuando
cumplí dieciséis años mi padre apareció en casa con un regalo maravilloso, ¡un
libro! Era El Ocho, de Katherine
Neville. Al leer la sinopsis pensé que no me gustaría, que se alejaba demasiado
demis preferencias lectoras. Lo empecé sin mucha convicción, pero a los tres
minutos me enganché tanto a la trama que lo terminé en veinticuatro horas de
lectura desenfrenada.
Ese
libro fue catártico, entre sus páginas descubrí el mundo inexplorado de las
novelas de misterio, de la manera en la que tejer una trama compleja puede
atraparte. Y en ese instante decidí que mis novelas serían una mezcla de amor
pasional con enigmas…
¡Feliz
día! J
FELIZ día :-)
ResponderEliminar¡Igualmente! :-)
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