La magia de los libros
¡Buenos días! El calor se ha instaurado
en Barcelona llenándome de asfixia durante las horas diurnas. Por suerte en la
oficina gozamos de un perfecto aire acondicionado, mi casa es muy fresca y
tengo la suerte de contar con una piscina a la que ir algunas tardes.
Ayer cambié radicalmente mi idea
de pasarme las horas libres encerrada en casa escribiendo. Esta vez voy a escribir
despacio (lo digo muy en serio). Quiero dar cabida a la lectura, al sol, a los
paseos a la luz del ocaso, a las conversaciones largas y a las relaciones con
mis amistades. Creo que necesito regresar a un lugar donde pueda abarcar otras
actividades aparte de mi frenética necesidad de aporrear las teclas.
Cierro los ojos y recuerdo la
visión que tenía de niña de los escritores. Me parecían dioses, personas
superiores, seres encerrados en un cuarto aislado donde daban salida a sus
ideas para crear magia. Porque para mí los libros eran eso, una sucesión de
encantamientos que me trasportaban con la mente a otro lugar donde me convertía
en una heroína que surcaba el mundo con las emociones a flor de piel.
Cada noche me dormía soñando
convertirme en uno de esos especímenes que lograban arrancarme sonrisas,
lágrimas, ansiedades, ilusiones y esperanzas. Quería ser capaz de dotar las
páginas de sentimiento, crear personajes con carácter definido, enredarme en
las tramas, dejar volar mi imaginación más allá de los confines conocidos.
Mis historias poblaban esa mente
hiperactiva de siempre, me alejaban de la gente, me poseían, me llenaban la
cabeza de sensaciones, de ansiedades, de desventuras, de la emoción de ser
parte de una historia y conseguir dirigir sus hilos.
A veces esa imaginación
traspasaba los límites para poseerme de una forma demasiado real, como si
pudiera ser parte de mis invenciones. Soñaba despierta, me convertía en esa
protagonista que presidía mi inspiración y actuaba extraño. A veces demasiado.
Con los años asenté cada una de
mis capacidades, conseguí dejar para el papel las historias inventadas y vivir
mi vida con la emoción que merecía, centrando mi realidad, encuadrando cada uno
de mis mundos en su lugar, sin interferir entre ellos más allá de unos límites.
A medida que avanzo en esta
profesión descubro que nada es como me lo imaginaba. Los escritores somos
personas corrientes, con vidas, familias, trabajos, ilusiones, angustias y
esperanzas. Somos de carne y hueso, no hacemos magia, solo intentamos dotar las
palabras del hechizo necesario para traspasar el papel y llevar al lector a
vivir la aventura que ocupa nuestras mentes de forma obsesiva durante un
tiempo.
Ayer salió una reseña de Un día más sin ti a la que temía
(enlace). Emma, del blog Historias de
algodón, fue una de las lectoras a las que Julia no le cayó bien, bastante
crítica con CDTEAT y con muchos peros… Igualmente cuando la editorial me
propuso mandarle la continuación decidí arriesgarme porque en la vida hay que
escuchar y entender que cada uno tiene su forma de pensar, aunque duela a veces
y no sea el mismo que el mío. Valió la pena. Aunque no le haya encantado parece
que le ha dejado la intriga para seguir leyendo la última parte de la entrega y
ha encontrado algunas cosas positivas.
¡Feliz día! J
¡Seguido! Gracias por pasarte por aquí.
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