Superar los obstáculos

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! Estoy sumergida en una nueva lectura y en mi historia. Leer y escribir son mis actividades preferidas porque me llenan de emociones disparando mis sonrisas en cualquier momento. También me hacen llorar a veces, cuando escribo o leo una escena emotiva.
Hay algo que me impacta cada vez más. A medida que voy leyendo obras de distintas editoriales me quedo alucinada. Da igual el precio del ebook (ahora leo uno que vale 9,49) o lo grande que sea la editorial, en todos ellos hay faltas de ortografía o gramaticales. Posesivos, pronombres y verbos sin acento (mí, tú, él, vendió, jugó…), palabras mal escritas, faltas graves y otras menos graves, falta del “de” en el de que…


Sé que en mis novelas sucede también y eso me da rabia, pero después de ver que pasa en todas ya no me importa tanto. Yo tengo una corrección menos estricta que las editoriales grandes, ya que ellos disponen de medios para pasar por varias manos antes de llegar al público, en cambio en mi caso solo pasa por dos, las mías y las de la correctora.
Decir que soy un hacha con la ortografía sería faltar a la verdad. De niña no podía escribir un folio sin que la profesora gastara medio boli rojo en la corrección. Pero cuando crecí luché con uñas y dientes para superar la dislexia, estudié las normas, me propuse mejorar cada día y al final conseguí ser capaz de encontrar las faltas de los demás.


A veces, cuando descubro esas erratas me quedo alucinada porque al echar la vista atrás recuerdo esa sensación de inseguridad que me producía la disgrafía. Todavía ahora, al escribir a mano, sin la inestimable seguridad que ofrece un corrector de textos, sigo sintiéndome insegura, con la sensación de que voy a escribir mal.
Tras escuchar a mis profesoras mil veces afirmar que era incapaz de escribir de manera correcta y que nunca lo conseguiría, quemé mis cuadernos llenos de faltas en una hoguera de San Juan. Tenía los ojos cerrados, con las lágrimas quemando en su interior y mis sueños hechos trizas. Porque cada una de mis ilusiones contemplaba la posibilidad de dar vida a mis historias en el papel algún día y acababa de claudicar ante lo imposible de esa idea.


Desde el día de la hoguera se terminó escaparme con mi libreta los fines de semana a aquella roca de Calella de Palafruguell donde dejaba volar mi imaginación, sentarme en la soledad de mi habitación dispuesta a soñar despierta, evadirme de las clases para inventar poesías, historias, relatos…
Hasta que cumplí treinta años… Por fin tenía parte de mis sueños cumplidos. Me casé joven, tenía un niño y una niña, una carrera universitaria, un trabajo y solo me faltaba convertirme en novelista, vivir esa ilusión infantil. Y entonces luché contra viento y marea para superar la dislexia, para aprender a escribir, para dominar las normas ortográficas, para llenar las hojas con mis historias.
Sí, podía escribir. Veintidós novelas después sé que mis profesoras no tenían razón. Así que valió la pena.

¡Feliz día! J

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