Superar los obstáculos
¡Buenos días! Estoy sumergida en
una nueva lectura y en mi historia. Leer y escribir son mis actividades preferidas
porque me llenan de emociones disparando mis sonrisas en cualquier momento. También
me hacen llorar a veces, cuando escribo o leo una escena emotiva.
Hay algo que me impacta cada vez
más. A medida que voy leyendo obras de distintas editoriales me quedo
alucinada. Da igual el precio del ebook (ahora leo uno que vale 9,49) o lo
grande que sea la editorial, en todos ellos hay faltas de ortografía o
gramaticales. Posesivos, pronombres y verbos sin acento (mí, tú, él, vendió,
jugó…), palabras mal escritas, faltas graves y otras menos graves, falta del “de”
en el de que…
Sé que en mis novelas sucede
también y eso me da rabia, pero después de ver que pasa en todas ya no me
importa tanto. Yo tengo una corrección menos estricta que las editoriales
grandes, ya que ellos disponen de medios para pasar por varias manos antes de
llegar al público, en cambio en mi caso solo pasa por dos, las mías y las de la
correctora.
Decir que soy un hacha con la
ortografía sería faltar a la verdad. De niña no podía escribir un folio sin que
la profesora gastara medio boli rojo en la corrección. Pero cuando crecí luché
con uñas y dientes para superar la dislexia, estudié las normas, me propuse
mejorar cada día y al final conseguí ser capaz de encontrar las faltas de los
demás.
A veces, cuando descubro esas
erratas me quedo alucinada porque al echar la vista atrás recuerdo esa
sensación de inseguridad que me producía la disgrafía. Todavía ahora, al
escribir a mano, sin la inestimable seguridad que ofrece un corrector de
textos, sigo sintiéndome insegura, con la sensación de que voy a escribir mal.
Tras escuchar a mis profesoras
mil veces afirmar que era incapaz de escribir de manera correcta y que nunca lo
conseguiría, quemé mis cuadernos llenos de faltas en una hoguera de San Juan.
Tenía los ojos cerrados, con las lágrimas quemando en su interior y mis sueños
hechos trizas. Porque cada una de mis ilusiones contemplaba la posibilidad de
dar vida a mis historias en el papel algún día y acababa de claudicar ante lo
imposible de esa idea.
Desde el día de la hoguera se
terminó escaparme con mi libreta los fines de semana a aquella roca de Calella de
Palafruguell donde dejaba volar mi imaginación, sentarme en la soledad de mi
habitación dispuesta a soñar despierta, evadirme de las clases para inventar poesías,
historias, relatos…
Hasta que cumplí treinta años…
Por fin tenía parte de mis sueños cumplidos. Me casé joven, tenía un niño y una
niña, una carrera universitaria, un trabajo y solo me faltaba convertirme en
novelista, vivir esa ilusión infantil. Y entonces luché contra viento y marea
para superar la dislexia, para aprender a escribir, para dominar las normas
ortográficas, para llenar las hojas con mis historias.
Sí, podía escribir. Veintidós
novelas después sé que mis profesoras no tenían razón. Así que valió la pena.
¡Feliz día! J
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